cuentos bolivia

Los niños siringueros

Oscar Alfaro

Era de noche y en medio de la selva del Beni, ardía una pequeña fogata, a cuya luz trabajaban dos niños. Estaban cociendo al humo una bolacha de caucho de gran tamaño.

—Eláy, hoy día he sacao bajtante goma. ¡Poquingo me faltó pa' igualar al viejo!...

—Tenemoj que trabajar duro, porque el pobre ta' tumbao por el mal.

Y en efecto, a pocos pasos de los muchachos se veía a un hombre tirado en el suelo, que deliraba por la fiebre.

Los Hermanos

Gastón Suárez

Así que usted también espera a un hermano al que no ve en toda una década? ¡Imagínese! ¡Igual que yo!. ¡Diez años que no veo a mi hermano!

Y como usted dice a mí también me tomó de sorpresa el telegrama anunciando su llegada, porque en su última carta, fechada hace un mes, no me decía nada de viajar.

La venganza de los leñadores

Oscar Alfaro

El alba de un domingo. Cada árbol gigantesco del bosque era una sinfonía verde que se elevaba a los cielos. Había un temblor nervioso en sus gajos que arañaban el infinito... Llegaron los leñadores. Se oyó un ruido seco del primer hachazo y el primer árbol herido soltó un diluvio de sonidos musicales. Después, el bosque se llenó de lamentos, de golpes y de pájaros aterrados. Las estrellas temblaban, como gotas de sangre en el firmamento.

La sirena de la "Jalancha"

La hija del zambo Salvito

Antonio Díaz Villamil

A varios kilómetros de esta ciudad, y siguiendo el camino que conduce a la región del trópico yungueño, al pasar por la cordillera en el sitio que llaman “Rinconada”, existe un lugar cuyo tránsito, antes que se hiciera la construcción del ferrocarril a Pongo, causaba grande inquietud a los viajeros.

La noche con orgalia

Renato Prada Oropesa

Para Eduardo Mitre, poeta

Al  llegar a su casa y llamar a la puerta, un latón negro, pensé que algo no estaba bien. Nadie contestó de adentro, desde el único cuartucho que está al fondo del canchón, venía un rumor de pelea y llanto. Volví a llamar más fuerte, esta vez sirviéndome de una piedra. Alguien se acercaba. Miré el cielo siempre tan lindo en las noches de otoño: un montón de estrellas parecían divertirse mirando a los habitantes de la tierra.

La Tormenta

Porfirio Díaz Machicado

La choza en la acuarela. Oro en los naranjos, verde alegre en los cafetos y plata en la brillante viborilla del manantial. La choza en la acuarela del bosque, a mediodía, con el sol de milagro que anima, en plenitud de vida, iluminando el campo. Y en la choza los dos, como hace veinte años, padre e hija, con almas de luz y de paciencia.

La Muerte de Quilco

Alcides Arguedas

Quilco tenía fe en la generosidad de la tierra, y las excursiones al lago le sentaban mal. Cada vez que pernoctaba en las du-s de la red veíase forzado a quedar varios días sin moverse en su casa, consumido por la fiebre y con un dolor intenso y constante en los riñones.

Pero un día se sintió mejor, y viendo que el cielo tenía trazas de no cambiar su vestidura azul, se le ocurrió ir a barbechar su sayona, que estaba en la vertiente rocallosa del cerro, a media hora de camino de su casa.

La Miskki-Simi

(La de la boca dulce)

Adolfo Costa Du Rels

A la memoria de mis camaradas, el barón Paul d'Alcochéte y Clermont-Tonnerre y de Carlos Iturriaga. Ambos duermen en los arenales de Uyuni, tal vez, al lado de Joaquín Avila y de la Miskki-Simi.

Sitio sin alma, gente sin ángel, tierra sin agua, sol sin calor, Uyuni fue siempre el pueblo más desventurado de Bolivia. En nuestros años mozos, mirado a través de los espejismos del inmenso salar que lo circunda, lo era, por cierto, menos.

La Emboscada

Adolfo Cáceres Romero

Madrugada

Rápidas manos frías

Retiran una a una

las vendas de la sombra

Abro los ojos

Todavía

Estoy vivo

En el centro

De una herida todavía

fresca.

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Jaime Saenz

Estaba sentado, en un sillón de madera, con una frazada en las rodillas y una chalina sobre los hombros.

Gastón Suarez

Alguien va finar, patrón —decía Cástulo Narváez, mientras limpiaba la lámpara a carburo, de cuclillas frente al cuarto del administrador. —Es seña fija...— sus dedos largos, huesudos, quitaban con habilidad, la ceniza de los trozos de carburo de calcio que aún eran utilizables. A la luz de la luna que se prodigaba desde un cielo limpio, transparente, su rostro anguloso reflejaba una rara fisonomía: tan pronto parecía la de un santo como la de un cadáver.

Elsa Dorado De Revilla

Prendido en la falda del cerro cuyas entrañas guardan el rico yacimiento mineral, se alza, desde su humilde pequeñez, el campamento minero, depositario del pulso humano que mide el paisaje cordillerano desde los tiernos ojos de los niños, hasta el abrazo rotundo del hombre.

Las luces mortecinas de las viviendas, asemejan luciérnagas estáticas que buscan dar calor a la fría noche. Una improvisada campana rompe con su tañido el silencio, marcando a golpes el tiempo.

Pablo Ramos Sánchez

A: Julio Ramos Valdez

La lucha del hombre con los elementos de la naturaleza es ardua. Aunque como especie, el hombre va dominando la naturaleza y logra arrancarle sus secretos, no hay que olvidar que los pasos que da hacia adelante son posibles después de millones de batallas individuales perdidas. Para aprender a ganar ha tenido que saber perder en miles y miles de oportunidades. Las derrotas le enseñan el camino de la victoria.

Augusto Guzmán

Al final de la comida, bajo una araña de lámparas a queroseno, después de limpiarse de residuos notorios, la boca ferozmente bigotuda, el padre miró con severidad familiar a su hija:

—He sabido que el mediquillo ese de provincia, te pretende. Quiere hablar conmigo nada menos que para pedirme tu mano. Naturalmente que me he negado a recibirle.

Wálter Guevara Arze 

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