Jaime Saenz
Estaba sentado, en un sillón de madera, con una frazada en las rodillas y una chalina sobre los hombros.
Adela Zamudio
Acababa de cometer un crimen, y horrorizada llamé en mi auxilio a la religión.
Con ademán solemne, la religión puso en mis manos una moneda, cuyas dos caras representaban mis buenas y malas acciones.
Emprendí la subida por un sendero escarpado que se elevaba al cielo, y al avanzar, examiné la moneda.
Desde luego, hallé pintada en ella, con vivo colorido, toda la fealdad odiosa y repugnante de mi mala acción. Rápida, instintivamente, volquéla al punto, y en el reverso, traté de descubrir, con trabajo, algunas sutiles circunstancias que atenuaban mi culpa.
Así marché examinando alternativamente, las dos caras opuestas de la moneda. Mas, como siempre que fijaba mis ojos en el mal lado, sentía la punzada insufrible del remordimiento, di en examinar con más frecuencia el lado bueno', en el cual fui descubriendo multitud de razones y circunstancias, cada vez más marcadas, que, no solamente disculpaban, sino que justificaban aquella acción.
Y sucedió que cuando más examinaba el lado bueno, los caracteres fuertemente grabados en el mal lado fueron debilitándose poco a poco, hasta quedar casi borrados.
Cuando llegué a la cumbre de aquel sendero, me arrodillé a los pies de la Religión y confesé sinceramente mis pequeñas culpas, más no aquella, que, a fuerza de sofismas, se había convertido a mis ojos, en una acción laudable.
Jaime Saenz
Estaba sentado, en un sillón de madera, con una frazada en las rodillas y una chalina sobre los hombros.
Gastón Suarez
Alguien va finar, patrón —decía Cástulo Narváez, mientras limpiaba la lámpara a carburo, de cuclillas frente al cuarto del administrador. —Es seña fija...— sus dedos largos, huesudos, quitaban con habilidad, la ceniza de los trozos de carburo de calcio que aún eran utilizables. A la luz de la luna que se prodigaba desde un cielo limpio, transparente, su rostro anguloso reflejaba una rara fisonomía: tan pronto parecía la de un santo como la de un cadáver.
Elsa Dorado De Revilla
Prendido en la falda del cerro cuyas entrañas guardan el rico yacimiento mineral, se alza, desde su humilde pequeñez, el campamento minero, depositario del pulso humano que mide el paisaje cordillerano desde los tiernos ojos de los niños, hasta el abrazo rotundo del hombre.
Las luces mortecinas de las viviendas, asemejan luciérnagas estáticas que buscan dar calor a la fría noche. Una improvisada campana rompe con su tañido el silencio, marcando a golpes el tiempo.
Pablo Ramos Sánchez
A: Julio Ramos Valdez
La lucha del hombre con los elementos de la naturaleza es ardua. Aunque como especie, el hombre va dominando la naturaleza y logra arrancarle sus secretos, no hay que olvidar que los pasos que da hacia adelante son posibles después de millones de batallas individuales perdidas. Para aprender a ganar ha tenido que saber perder en miles y miles de oportunidades. Las derrotas le enseñan el camino de la victoria.
Augusto Guzmán
Al final de la comida, bajo una araña de lámparas a queroseno, después de limpiarse de residuos notorios, la boca ferozmente bigotuda, el padre miró con severidad familiar a su hija:
—He sabido que el mediquillo ese de provincia, te pretende. Quiere hablar conmigo nada menos que para pedirme tu mano. Naturalmente que me he negado a recibirle.