La conciencia

Adela Zamudio

Acababa de cometer un crimen, y horrorizada llamé en mi auxilio a la religión.

Con ademán solemne, la religión puso en mis manos una moneda, cuyas dos caras representaban mis buenas y malas acciones.

Emprendí la subida por un sendero escarpado que se elevaba al cielo, y al avanzar, examiné la moneda.

Desde luego, hallé pintada en ella, con vivo colorido, toda la fealdad odiosa y repugnante de mi mala acción. Rápida, instintivamente, volquéla al punto, y en el reverso, traté de descubrir, con trabajo, algunas sutiles circunstancias que atenuaban mi culpa.

Así marché examinando alternativamente, las dos caras opuestas de la moneda. Mas, como siempre que fijaba mis ojos en el mal lado, sentía la punzada insufrible del remordimiento, di en examinar con más frecuencia el lado bueno', en el cual fui descubriendo multitud de razones y circunstancias, cada vez más marcadas, que, no solamente disculpaban, sino que justificaban aquella acción.

Y sucedió que cuando más examinaba el lado bueno, los caracteres fuertemente grabados en el mal lado fueron debilitándose poco a poco, hasta quedar casi borrados.

Cuando llegué a la cumbre de aquel sendero, me arrodillé a los pies de la Religión y confesé sinceramente mis pequeñas culpas, más no aquella, que, a fuerza de sofismas, se había convertido a mis ojos, en una acción laudable.

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