Jaime Saenz
Estaba sentado, en un sillón de madera, con una frazada en las rodillas y una chalina sobre los hombros.
Adela Zamudio
Alma ingenua, alma de niño, con sus impulsos ya iracundos, ya generosos — alma encerrada en cuerpo de animal eternamente incomprendida, eternamente atormentada.
Corazón y cerebro cuyos alcances salvan el abismo que separa al bruto del ser que se reconoce y dice: Yo pienso y siento. Cuando te veo esclavo, so-metido a la voluntad de tu dueño con una abnegación que va más allá... Cuando te veo afrontar peligros y soportar mortificaciones hasta olvidar tus necesidades más apremiantes, por seguirle y hacerlo, no por conveniencia sino por afecto, cuando te veo gemir de felicidad con una caricia y consumirte de abatimiento con un castigo moral. Cuando en horas de meditación y de tristeza te veo a sus pies, alzar los ojos ansiosos por comprender la causa y comunicarte con él, me pregunto: — La idea de un árbitro supremo de tu destino — mezquina, grosera y confusa, que se eleva del hombre a Dios: ¿no es comparable a la que tú concibes de ese ser superior del planeta?
El hombre no vive solamente de comida y de bebida, sino también- de la palabra divina — dice la sentencia bíblica — tú eres más que él — tú vives más de amor que de comida y de bebida — tú como el niño prefieres la caricia al alimento.
¡Amigo fiel!
Compañero de los juegos de la infancia cuyos atronadores ladridos hacen coro a las alegres carcajadas.
Guardián de la casa del labrador.
Compañero de viaje, abnegado hasta morir... a veces delator del crimen.
Heroico explorador en San Bernardo.
¡Bendito tú, Bendito más que todos — heroico servidor de la Cruz Roja.
Jaime Saenz
Estaba sentado, en un sillón de madera, con una frazada en las rodillas y una chalina sobre los hombros.
Gastón Suarez
Alguien va finar, patrón —decía Cástulo Narváez, mientras limpiaba la lámpara a carburo, de cuclillas frente al cuarto del administrador. —Es seña fija...— sus dedos largos, huesudos, quitaban con habilidad, la ceniza de los trozos de carburo de calcio que aún eran utilizables. A la luz de la luna que se prodigaba desde un cielo limpio, transparente, su rostro anguloso reflejaba una rara fisonomía: tan pronto parecía la de un santo como la de un cadáver.
Elsa Dorado De Revilla
Prendido en la falda del cerro cuyas entrañas guardan el rico yacimiento mineral, se alza, desde su humilde pequeñez, el campamento minero, depositario del pulso humano que mide el paisaje cordillerano desde los tiernos ojos de los niños, hasta el abrazo rotundo del hombre.
Las luces mortecinas de las viviendas, asemejan luciérnagas estáticas que buscan dar calor a la fría noche. Una improvisada campana rompe con su tañido el silencio, marcando a golpes el tiempo.
Pablo Ramos Sánchez
A: Julio Ramos Valdez
La lucha del hombre con los elementos de la naturaleza es ardua. Aunque como especie, el hombre va dominando la naturaleza y logra arrancarle sus secretos, no hay que olvidar que los pasos que da hacia adelante son posibles después de millones de batallas individuales perdidas. Para aprender a ganar ha tenido que saber perder en miles y miles de oportunidades. Las derrotas le enseñan el camino de la victoria.
Augusto Guzmán
Al final de la comida, bajo una araña de lámparas a queroseno, después de limpiarse de residuos notorios, la boca ferozmente bigotuda, el padre miró con severidad familiar a su hija:
—He sabido que el mediquillo ese de provincia, te pretende. Quiere hablar conmigo nada menos que para pedirme tu mano. Naturalmente que me he negado a recibirle.