Yo te bendigo

Adela Zamudio

Alma ingenua, alma de niño, con sus impulsos ya iracundos, ya generosos — alma encerrada en cuerpo de animal eternamente incomprendida, eternamente atormentada.

Corazón y cerebro cuyos alcances salvan el abismo que separa al bruto del ser que se reconoce y dice: Yo pienso y siento. Cuando te veo esclavo, so-metido a la voluntad de tu dueño con una abnegación que va más allá... Cuando te veo afrontar peligros y soportar mortificaciones hasta olvidar tus necesidades más apremiantes, por seguirle y hacerlo, no por conveniencia sino por afecto, cuando te veo gemir de felicidad con una caricia y consumirte de abatimiento con un castigo moral. Cuando en horas de meditación y de tristeza te veo a sus pies, alzar los ojos ansiosos por comprender la causa y comunicarte con él, me pregunto: — La idea de un árbitro supremo de tu destino — mezquina, grosera y confusa, que se eleva del hombre a Dios: ¿no es comparable a la que tú concibes de ese ser superior del planeta?

El hombre no vive solamente de comida y de bebida, sino también- de la palabra divina — dice la sentencia bíblica — tú eres más que él — tú vives más de amor que de comida y de bebida — tú como el niño prefieres la caricia al alimento.

¡Amigo fiel!

Compañero de los juegos de la infancia cuyos atronadores ladridos hacen coro a las alegres carcajadas.

Guardián de la casa del labrador.

Compañero de viaje, abnegado hasta morir... a veces delator del crimen.

Heroico explorador en San Bernardo.

¡Bendito tú, Bendito más que todos — heroico servidor de la Cruz Roja.

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