Jaime Saenz
Estaba sentado, en un sillón de madera, con una frazada en las rodillas y una chalina sobre los hombros.
Adela Zamudio
La razón y la fuerza se presentaron un día ante el tribunal de la Justicia a resolver un reñido litigio. La Justicia se declaró en favor de la Razón. La Fuerza alegó sus glorias que llenan la historia y su innegable preponderancia universal en todas las épocas; pero la Justicia se mostró inflexible.
—Tus triunfos no significan para mí más que barbarie; sólo sentenciaré a tu favor cuando te halles de acuerdo con la Razón, le dijo.
Las dos litigantes se retiraron, cada cual por su lado, y en el camino, la Fuerza se encontró con la Hipocresía y le contó el fracaso que acababa de sufrir.
—Has declarado tus ambiciones con demasiada franqueza, dijóle ésta. — Si te hubieses revestido de los atributos de tu enemiga, el resultado hubiera sido distinto.
La Fuerza aprovechó el consejo: Aguardó a que la Razón estuviese dormida o descuidada, le robó sus vestiduras, se disfrazó con ellas, y adoptando sus maneras y lenguaje, se presentó a la Justicia con su memorial en la mano.
—Leedlo, señora, le dijo. Todo lo que pido es en nombre de la Patria, de la Humanidad, de la Religión.
La justicia que es algo cegatona, se colocó los anteojos, puso su visto bueno al documento y le imprimió el sello augusto de su ministerio.
La Fuerza se fue en busca de la Hipocresía.
—Eres hábil, le dijo, y me conviene tomarte a mi servicio; pero la vileza repugnante de tu aspecto podría perjudicarme. Es necesario que cambies de traje.
La Hipocresía se dirigió a casa de la Prudencia.
—Vecina, dijo, hágame el favor de prestarme uno de sus trajes, el más decente. Me propongo una loable empresa.
La Prudencia mantiene su lámpara encendida y goza de muy buena vista, pero el papel había estado tan bien representado que se engañó: Creyó en las buenas intenciones de aquella vecina y le confió un traje de diplomático.
Desde entonces, cuando la Fuerza no puede realizar por sí sola alguna de sus hazañas, se asocia a la Hipocresía y casi siempre logra triunfar.
Jaime Saenz
Estaba sentado, en un sillón de madera, con una frazada en las rodillas y una chalina sobre los hombros.
Gastón Suarez
Alguien va finar, patrón —decía Cástulo Narváez, mientras limpiaba la lámpara a carburo, de cuclillas frente al cuarto del administrador. —Es seña fija...— sus dedos largos, huesudos, quitaban con habilidad, la ceniza de los trozos de carburo de calcio que aún eran utilizables. A la luz de la luna que se prodigaba desde un cielo limpio, transparente, su rostro anguloso reflejaba una rara fisonomía: tan pronto parecía la de un santo como la de un cadáver.
Elsa Dorado De Revilla
Prendido en la falda del cerro cuyas entrañas guardan el rico yacimiento mineral, se alza, desde su humilde pequeñez, el campamento minero, depositario del pulso humano que mide el paisaje cordillerano desde los tiernos ojos de los niños, hasta el abrazo rotundo del hombre.
Las luces mortecinas de las viviendas, asemejan luciérnagas estáticas que buscan dar calor a la fría noche. Una improvisada campana rompe con su tañido el silencio, marcando a golpes el tiempo.
Pablo Ramos Sánchez
A: Julio Ramos Valdez
La lucha del hombre con los elementos de la naturaleza es ardua. Aunque como especie, el hombre va dominando la naturaleza y logra arrancarle sus secretos, no hay que olvidar que los pasos que da hacia adelante son posibles después de millones de batallas individuales perdidas. Para aprender a ganar ha tenido que saber perder en miles y miles de oportunidades. Las derrotas le enseñan el camino de la victoria.
Augusto Guzmán
Al final de la comida, bajo una araña de lámparas a queroseno, después de limpiarse de residuos notorios, la boca ferozmente bigotuda, el padre miró con severidad familiar a su hija:
—He sabido que el mediquillo ese de provincia, te pretende. Quiere hablar conmigo nada menos que para pedirme tu mano. Naturalmente que me he negado a recibirle.