Al terminar la conquista sólo existía la clase de los vencedores, o sea los hidalgos, soldados y encomenderos y la de los vencidos, o sea el pueblo indígena. Pronto, por táctica y aun por conveniencia, los españoles reconocieron a las antiguas autoridades incaicas y aimaras dándoles los mismos privilegios que tenían los españoles nobles. Así subsistieron bajo la tutela española los incas principales, los caciques regionales, los mandones etc.; todos ellos eran objeto de atenciones y se les rendía homenaje al igual que a los españoles.
La exitosa conquista de México lograda por Hernán Cortés, después de más de dos años de peripecias notables, matanzas implacables, sangrientas batallas, actos de arrojo y compleja estrategia diplomática, abrió a los españoles un horizonte muy grande de posibilidades en un continente gigantesco y tan maravilloso cuanto peligroso. Cortés, demostró que era posible doblegar a imperios poderosos y lograr riquezas ilimitadas. El modelo fue tomado por Pizarro que probablemente pensó en su primo Cortés, cuando tomó la decisión final en Cajamarca.
Entre 1531 y 1532 Pizarro exploró cautelosamente la región, combatió y venció a caciques locales y fundó Piura, la primera población española del Perú. En noviembre de 1532 se internó hacia el este y se atrevió a subir a los contrafuertes andinos, reducto del imperio incaico. El minúsculo ejército pizarrista contaba con 62 hombres a caballo y 106 peones, un total de 168 europeos que iban a enfrentarse al imperio más poderoso de América del Sur. La fortuna ayudó a Pizarro, los incas estaban divididos y, a pesar de que Atahuallpa había derrotado militarmente a Huáscar, había gran descontento de los seguidores de Huáscar con el Inca quiteño que por añadidura se hallaba acampado a pocos kilómetros de Cajamarca, a donde llegó Pizarro el 15 de noviembre de 1532.
Huayna Kápac, entes de morir, dejó el reino de Quito a Atahuallpa y el resto a su primogénito Huáscar.