Al terminar la conquista sólo existía la clase de los vencedores, o sea los hidalgos, soldados y encomenderos y la de los vencidos, o sea el pueblo indígena. Pronto, por táctica y aun por conveniencia, los españoles reconocieron a las antiguas autoridades incaicas y aimaras dándoles los mismos privilegios que tenían los españoles nobles. Así subsistieron bajo la tutela española los incas principales, los caciques regionales, los mandones etc.; todos ellos eran objeto de atenciones y se les rendía homenaje al igual que a los españoles.
El proceso de la conquista duró varias décadas desde la llegada de Colón en 1492. De manera simultánea se dieron procesos de dominación y de descubrimiento. Los europeos encontraron paulatinamente un continente gigantesco cuya dimensión no sospechaban. Las tres Américas superan varias veces en tamaño a Europa y muchas más el territorio español.
Poco a poco, fueron apareciendo ante sus azorados ojos los grandes océanos (particularmente el Pacífico al que llamaron Mar del Sur), la impresionante cordillera de los Andes y la gigantesca selva del Amazonas donde supusieron se encontraba el mítico tesoro de El Dorado. Pero sin duda los dos momentos más impresionantes y decisivos de la conquista, cargados de drama y de sangre, fueron la conquista de dos imperios, el azteca y el inca. Hernán Cortés conquistó el 13 de Agosto de 1521, después de más de dos años de batalla en la que estuvo a punto de perecer con sus hombres en más de una ocasión, el gran reino de los aztecas y la fabulosa ciudad de Tenotchitlán (México) gobernada por Moctezuma.
Once años después, Francisco Pizarro conquistó el imperio de los incas en el sur del continente americano. En algo más de medio siglo el imperio español dominó un territorio casi veinte veces más grande que el de la península ibérica, que se prolongaba de norte a sur por más de 10.000 km.