La nación sin rumbo. El estigma de la coca 1978-1982 (Parte I)

Fin de la dictadura en Bolivia 1978-1982

Bolivia, igual que el resto de los países latinoamericanos (unos antes que otros) se vio ante la disyuntiva del cambio. La dictadura militar había agotado sus postulados, la sociedad estaba cansada de tres lustros de gobiernos militares de diferente cuño y esperaba ansiosa la apertura total de las compuertas de la democracia. Pero ocurría que el modelo del estado del 52 parecía mantener todavía su vigor. El capitalismo de estado había sido seguido al pie de la letra por los militares y probablemente Banzer había sido el Presidente que más empresas estatales creó desde las históricas medidas de 1952. Los militares habían organizado a su vez mecanismos internos que los tenían convencidos que su rol histórico era planificar el estado, gobernarlo y garantizar su futuro (se tomaban absolutamente en serio aquello de que eran “la institución tutelar de la patria”). Esa lógica tardó varios años en romperse, además de la evidencia de que el poder traía consigo prebendas y ventajas personales que derivaban en una marcada corrupción.

La sociedad civil por su parte seguía debatiéndose en la antinomia que había marcado la dramática ruptura nacional en 1971. Las posiciones de izquierda marxista parecían más vigorosas que nunca, en tanto los defensores de ideas económicas liberales parecían arrinconados y solos en los estamentos empresariales más poderosos que, por ello mismo, ejercían fuerte presión. Las profundas tensiones ideológicas alentadas por una retórica incendiaria de ambos bandos, no contribuían a un clima de diálogo. A este contexto se sumaba la lógica avidez del pueblo por gozar de los derechos del ejercicio de la libertad que habían sido suprimidos por tantos años. Libertad de pensar, expresarse en privado y en público, de asociarse, de apoyar a partidos políticos de toda tendencia y expresarse a través de sus organizaciones sindicales y gremiales. Esta compleja realidad sumada a la falta de práctica política y democrática, abrió las puertas a una etapa dramática y desquiciada como probablemente no se vivió en Bolivia en toda nuestra historia republicana.

La caída del General Banzer abrió el período de mayor inestabilidad política de la historia de Bolivia. Por un lapso de cuatro años (desde el 21 de julio de 1978 hasta el 10 de octubre de 1982), el país se vio sacudido por dislocamientos violentos de su estabilidad y su continuidad política. En ese período contamos nueve gobiernos (ocho presidentes y una junta militar). De ellos siete fueron de facto y sólo dos constitucionales, además cuatro de esos nueve se cuentan entre los diez más breves de toda nuestra historia. Eso implica un promedio de un gobierno cada cinco meses y medio. Nunca antes Bolivia había sido sacudida por tal índice de inestabilidad.

Juan Pereda Asbún (1931).

Juan Pereda nació en La Paz el 17 de junio de 1931. Se graduó como subteniente piloto en el colegio militar de aviación. Siguió estudios ce especialización en Italia y en la Argentina en escuelas de estado mayor. Fue comandante del colegio militar de aviación y comandante en jefe de la Fuerza Aérea. Formó parte del gobierno de Hugo Banzer como ministro de Industria y Comercio y luego como ministro del Interior. Fue candidato a la presidencia de la república en 1978 en elecciones nacionales que fueron anuladas al comprobarse un gigantesco fraude en su favor. Dos días después de la anulación organizó un golpe de estado contra el Gral. Banzer a quien derrocó (21 de julio). Ejerció la Presidencia por algo más de tres meses cuando contaba con 47 años. En noviembre de 1978 fue derrocado por el Gral. Padilla. Desde entonces se retiró de la vida pública.

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La apertura democrática de principios de los ochenta tuvo dos características, la recuperación total de libertades ciudadanas y la imposición de un modelo de economía abierta. El primero en el gobierno de Siles y el segundo en el de Paz Estenssoro. El desarrollo de ambos conceptos se apoyó en una democracia de pactos surgida tras la crisis de gobernabilidad de la UDP. Ante la imposibilidad de ningún candidato de lograr el 50 % más uno de los votos por más de veinte años, se impuso la lógica de lograr acuerdos entre los partidos mayoritarios para tener mayoría congresal y cogobernar.

La experiencia democrática, inaugurada el 10 de octubre de 1982, marcó algunos rasgos de gran trascendencia. En primer lugar se puede decir que, tanto por la composición parlamentaria de real pluripartidismo como por el respeto total a las libertades ciudadanas, incluida la libertad plena de expresión y por tanto de discrepancia pública con el poder constituido, se vivió en Bolivia una democracia genuina como no se había experimentado antes (entendiendo por tal la vigencia de la Constitución política del estado y el marco del sistema político democrático que ésta representa).

El Golpe de Estado de 1964 forzó una modificación en la política global en relación a los sectores populares y el cambio esencial de un gobierno civil a otro detentado casi exclusivamente por militares, pero la orientación estatista y de capitalismo de estado no varió sustancialmente, por el contrario, en la década de los años setenta se incrementó significativamente.

Bolivia había llegado en 1952 a un punto de no retorno, las ideas liberales acuñadas a fines del siglo pasado habían dado de si todo lo que podían dar. El país había experimentado un modelo con sus virtudes y defectos. La receta estaba agotada.

El final frustrante y amargo de la guerra hirió al país entero, pero sobre todo hirió de muerte al viejo sistema político. Al terminar el conflicto bélico se abrió un momento de transición histórica lleno de tensiones y de fuerzas contrapuestas que lucharon durante tres lustros por imponer sus diferentes visiones del país. El parto largo, lleno de meandros y de violencia, culminó finalmente en el movimiento revolucionario mayor que haya vivido Bolivia en su historia republicana, la revolución de 1952.

Bolivia llegó a la guerra del Chaco después de cincuenta años de aplicación del modelo liberal que logró una esta utilidad admirable para un país que había vivido la inestabilidad política crónica desde 1839 hasta 1880, en una alternancia entre gobiernos precarios y breves y largas dictaduras.

Una realidad indiscutible del largo período de la oligarquía es que Bolivia vivió un proceso de modernización. Los rasgos más evidentes de esta transformación tuvieron que ver con la implantación en el país de los logros tecnológicos más importantes del siglo XIX (el ferrocarril, la luz eléctrica, el telégrafo, el teléfono, la radio y una infraestructura básica de saneamiento en las principales ciudades). El resultado fue la ampliación muy clara de la brecha entre los sectores privilegiados y las ciudades grandes con el resto de la nación.