La apertura democrática de principios de los ochenta tuvo dos características, la recuperación total de libertades ciudadanas y la imposición de un modelo de economía abierta. El primero en el gobierno de Siles y el segundo en el de Paz Estenssoro. El desarrollo de ambos conceptos se apoyó en una democracia de pactos surgida tras la crisis de gobernabilidad de la UDP. Ante la imposibilidad de ningún candidato de lograr el 50 % más uno de los votos por más de veinte años, se impuso la lógica de lograr acuerdos entre los partidos mayoritarios para tener mayoría congresal y cogobernar.
Una realidad indiscutible del largo período de la oligarquía es que Bolivia vivió un proceso de modernización. Los rasgos más evidentes de esta transformación tuvieron que ver con la implantación en el país de los logros tecnológicos más importantes del siglo XIX (el ferrocarril, la luz eléctrica, el telégrafo, el teléfono, la radio y una infraestructura básica de saneamiento en las principales ciudades). El resultado fue la ampliación muy clara de la brecha entre los sectores privilegiados y las ciudades grandes con el resto de la nación. Si hasta 1880 esa diferencia era muy pequeña, en tanto ricos y pobres carecían de comodidades y adelantos mínimos, bien entrado el nuevo siglo comenzó a convivir un país relativamente moderno, y con adelantos equivalentes a los de las grandes capitales continentales, con otro que se mantuvo en el siglo anterior. Esta brecha terminó por hacerse abismal al finalizar el siglo XX.
Una de las insuficiencias mayores para hacer una adecuada radiografía de la nación es la carencia de información fiable desde el punto de vista demográfico. Aunque parezca increíble los liberales positivistas no realizaron un censo. Desde el que se hizo en 1900, el país tuvo que esperar cincuenta años para contar con esa información vital actualizada. El libro Bolivia en el primer centenario de su independencia dirigido por Ricardo Alarcón (1925) indica para el país una población calculada di 2.144.332 habitantes. Las seis principales ciudades eran La Paz con 135.000 habitantes, Cochabamba con 40.000, Oruro con 30.000, Sucre con 25.000 y Potosí y Santa Cruz ambas con alrededor le 22.000. De acuerdo a estos datos, la población creció en 328.000 habitantes, un 15%. La Paz duplicó su población colocándose muy claramente como la ciudad líder del país, posición que mantuvo a lo largo de todo el siglo XX. Pero quizás la ciudad que registró más cambios fue Oruro, verdadero centro motor del liberalismo, que también duplicó su población.
En cambio, Sucre y Potosí reflejan el declive de su preeminencia, conectado con el paso de la plata al estaño y el cambio de sede de gobierno. Las deficiencias educativas y el problema del analfabetismo, apenas paliados en la era liberal, no modificaron la estructura de 1900, lo mismo que la relación campo-ciudad. Bolivia siguió como un país esencialmente rural. Su superficie quedó oficial Tiente reducida en 489.542 km2, como producto de la pérdida del Litoral, Acre y los ajustes ie límites con el Perú. El mismo libro citado registra una superficie nacional de 1.332.808 km.
La caída de los liben les no conllevó un cambio en la élite que detentaba el poder, fue solamente una sustitución de caudillos que abrazaban exactamente el mismo credo político y económico, con las mismas ideas básicas sobre el país que querían construir. Los republicanos mantuvieron los principios liberales que se acuñaron en la convención de 1880, e igual que sus antecesores estuvieron profundamente ligados al latifundio (es el caso de Salamanca, Escalier y Ramírez). Tampoco cambió la fuerte dependencia de los gobiernos bolivianos del poder de los magnates del estaño. La política minera y económica en general estuvo fuertemente condicionada por la égida de Patiño en gran parte y de Aramayo en menor medida. Pero en la década de los años veinte se producen algunos cambios que apuntan ya a la decadencia de las ideas del primer liberalismo en Bolivia.
El rasgo más notable es producto de la modernización. Comienza a surgir una pequeña clase media urbana integrada por artesanos, comerciantes y funcionarios públicos, cuyo peso todavía pequeño es importante para los políticos, pues buena parte tiene acceso al voto e influye más que la gran mayoría campesina del país, al hallarse en el epicentro de las ciudades mayores donde se toman las decisiones. El otro rasgo significativo es el debilitamiento del bipartidismo, no sólo por las sucesivas escisiones del republicanismo a las que se sumaba el depuesto liberalismo, sino por el surgimiento todavía embrionario de corrientes marxistas y nacionalistas que eclosionarían durante y después de la guerra del Chaco, pero que ya en los años veinte surgieron como partidos políticos, con bastante retraso en relación a otras naciones sudamericanas. Esto condujo al país progresivamente hacia el multipartidismo.
El cambio del escenario mundial tras la primera guerra mundial marcó el comienzo del declive del imperio inglés, su influencia económica disminuyó en Sudamérica en favor de la potencia emergente, los Estados Unidos. A pesar de ello, la presencia de los grandes imperios en Bolivia fue relativamente pequeña, los ferrocarriles, la electricidad y el petróleo fueron los ámbitos de inversión, más bien exigua, de las empresas extranjeras. La minería siguió siendo terreno mayoritario de empresarios bolivianos. Las consecuencias de la gran depresión mundial fueron muy grandes sobre la economía boliviana, por la vulnerabilidad ya anotada de su carácter mono productor y su nulo ahorro interno. En este período se produjo un fuerte endeudamiento internacional que traería graves consecuencias en las décadas posteriores.
El último elemento clave de la década republicana es el movimiento social. La estructuración de un movimiento sindical organizado con conciencia clasista inédita y el crecimiento geométrico del número de trabajadores mineros, trajeron reivindicaciones y convulsiones tan serias como la masacre de 1923. De igual modo los pueblos aimara y quechua protagonizaron movimientos de sublevación de magnitud casi tan masiva como las vividas en tiempos de Zarate Willka.