Era época remota cuando ocurrió lo siguiente: El Atoj, aún tenía la boca pequeñita y los pájaros vivían como hoy en los árboles, pero se alimentaban en el cielo.
Un día Mallku se encontró con el Atoj y éste rogó al señor de los aires lo invitara a uno de esos banquetes que tanto daban que hablar a los animales de la tierra y que se hacían en esas alturas, donde no se comía carne putrefacta sino deliciosos alimentos y con preferencia uno que parecía arena.
—Bueno —dijo el arrogante Mallku—, te llevaré, pero con la condición de que no hagas ninguna malacrianza, especialmente esa de roer huesos.
Atoj aceptó la proposición y, acto seguido, fue cogido por Mallku cuyas garras se prendieron de su lomo escuálido y elevado a altura increíble. Le depositó sobre un enorme nubarrón. A poco tiempo llegaron todas las aves de la creación y dieron principio al festín cuotidiano. Sobre enormes aguayos había maíz, quinua y cañahua en abundancia, y más allá, carnes de animales salvajes para las aves carnívoras.
Terminado el festín, todos satisfechos abandonaron la mesa del convite. Atoj, solapadamente se atrasó, y cuando se vio solo, cayó en la tentación de roer los huesos mondados por los picos de los cóndores.
— ¡Aja! —dijo atronadoramente Mallku, saliendo de detrás de una nube— quería comprobar si cumplías tu promesa; siempre serás falso. Tu castigo será dejarte en estas alturas.
Y se alejó volando majestuoso.
El pobre Atoj corría de un lado para otro, viendo desde el pretil la descomunal distancia que le separaba de la tierra. Se lamentaba de su suerte con aullidos prolongados, que fueron oídos por unos papachiuchis (pajarillos de la región) y percatados de lo que ocurría a Tio Antoño (Otro nombre del zorro), decidieron ayudarlo trayendo una soga hecha de cortaderas (lianas vegetales).
Bajaba Atoj por la soga de cortaderas y vio pasar cerca una bandada de loros. Y como es parlan-chin y fastidioso, les grito para molestarlos:
— ¡Loros khecha siquiiis!... (Loros con diarrea)
Los loros que seguían su vuelo, escucharon el insulto y regresaron afanosos a cortar con sus filos picos la soga de cortaderas. Entonces Atoj les convenció que era una burla amigable. Los loros aceptaron la disculpa y se fueron, pero el zorro no pudo contener su despecho y en la seguridad que se encontraban lejos, les volvió a insultar:
— ¡Loros kkechi michiiis!... (¡Loros, hollín de la cocina).
Los loritos volvieron e iban a repetir la venganza, pero el astuto zorro, con mil zalamerías los con-venció nuevamente que era una burla amistosa. Cuando por segunda vez se alejaban, Atoj viendo que le restaba muy poco para llegar a tierra, les gritó:
— ¡Loros khechichiiiis!... (¡Loros insignificantes!)
Los insultados retomaron enfurecidos, y sin escuchar explicaciones ni aullidos de terror del zorro, cortaron vertiginosamente la cuerda, y Atoj se vio en el aire sin ningún sostén y gritando:
— ¡Tiendan apichusis!... ¡Tiendan manteos;... (Tiendan tejidos de lana).
Y como nadie le oía o no quería oírle por su fama de mentiroso y solapado, cayó al suelo reventando como una naranja madura.
De este modo, hay en la tierra —dicen— maíz, quinua y cañahua, porque al reventar la barriga del zorro, se esparció en la tierra todo lo que había comido en el cielo.
(Relató en lengua quichua doña Dominga Titizano. Cantón Que-chisla. Prov. Nor Chichas. 1949. Se Publicó en Literatura Folklórica, recogida de la tradición oral boliviana en 1953).