Aquel atardecer, por un camino del sur de Potosí, caminaba Suttu haciendo rechinar sus dientes al engullir apurado un enorme queso que había dejado en el camino algún viajero descuidado. Puma, paseante de esos lugares lo vio desde la altura, donde siempre se paraba, y rugiendo y saltando por sobre los pedrones llegó junto al conejo.
—Infeliz cowi (conejo) —le dijo meloso— de dónde sacaste ese enorme queso?
El tono que a Puma le parecía meloso llegaba a los oídos del pobre conejo con el mismo estruendo que si le estuviera cayendo medio cerro de greda.
—Lo encontré allí lejos —contestó asustado Suttu, señalándole con su patita hacia el norte.
— ¡Vamos, enséñame! —rugió autoritario Puma, y sin más requilorios principio a caminar, dejando que el conejo fuera por delante. Este daba pequeños saltitos, escurriéndose a veces por entre las piedras, desapareciendo por instantes de la vista del rey Puma, a quien estos juegos amoscaban un poco, demostrando su enojo con atronador rugido por el que hasta las piedras se achiquitaban.
Andaban y andaban incansables, porque Suttu maliciosamente se retardaba. Llegó la noche, salió la luna y alumbró el cielo.
— ¡Al fin! —exclamó Suttu, ya llegamos. Detrás de ese matorral veremos al enorme queso que yo por falta de fuerzas no he podido sacar.
— ¡Bien! —asintió Puma.
Se acercaron, frente a ellos se extendió un hermoso lago, en cuyo centro se encontraba un enorme y abrillantado queso.
—Por qué brilla tanto ese queso? —preguntó Puma.
—Es que tiene mucha mantequilla —respondió Suttu.
Puma se tocó las ancas con la punta de la cola, meneó la cabeza, sacó la lengua y se relamió alrededor de su sanguinario hocico y ordenó:
—Tú, infeliz cowi, tendrás el grande honor de sostenerme de la punta de mi cola, para que no res-bale mientras coja con mis dientes ese apetitoso queso.
— ¡Manos a la obra! —gritó Suttu, haciendo cortas carreritas y ágiles corvetas. Y cogiéndole fuertemente la punta de la cola peluda de Puma, le apuró diciéndole:
—Ya puedes intentarlo compadre, que yo te sostengo.
Puma dio un impulso, y el bribón de Suttu, que rato antes se había pasado la mano con cera de molle, jaló la cola del amigo con tanta fuerza, que se quedó con un grueso mechón de pelos, mientras dando un doloroso rugido caía pesadamente en el agua del enorme lago. Suttu apurado cogió lo que le sobraba de su queso y huyó a la altura, dejando a Puma que chapaleaba furiosamente tratando de acercarse a la orilla.
Suttu, antes die trasponer el último cerro, le gritó entre risotadas humillantes:
— ¡Tu fuerza no te ha valido de nada, tonto Puma! ¡No era un queso, jí, jí, jí, jí. Era el reflejo de la luna.
Y huyó a otras regiones donde no le encontraría el abusivo Puma.
(Relató en lengua quichua el niño Juan Díaz. Cantón Quechisla. Prov. Nor Chichas. 1949. Publicado en Literatura folklórica, recogida de la tradición oral boliviana en 1953).