Los indios volvieron a tomar posiciones y, por consejo de Andrés Túpac Amaru, intentaron el mismo golpe que en Sorata: construir un dique para inundar la ciudad, pero, felizmente para sus habitantes, el dique reventó antes de lo previsto sin causar el daño esperado. No tuvieron los sitiadores tiempo de hacer otro ni madurar un nuevo plan, pues los Virreyes de Lima y Buenos Aires se habían puesto de acuerdo y venían con tropas desde ambas partes a defenderla ciudad.
Todas las sublevaciones ocurridas en la ciudad de Oruro tuvieron un carácter especial, pues en ellas los criollos y mestizos se adhieren prontamente a todo levantamiento indígena. Esto preocupo a las autoridades, sobre todo cuando se enteraron de los levantamientos de Túpac Amaru y Túpac Katari. Estos antecedentes, eran graves, sobre todo si se tiene en cuenta el estado económico de esta urbe minera, cuya franca decadencia había creado un clima de descontento y hostilidades. Las minas semi abandonadas no podían ya sostener a sus propietarios criollos; los únicos habilitados eran los europeos y estos no querían prestar a mestizos ni criollos cantidad alguna, encendiéndose más aun el secular odio de clases.
El que te dio el grito de alarma fue Sebastián Pagador. El pueblo cometió actos de violencia no dejando vivo a ninguno de los españoles que caía en sus manos las casas de los europeos fueron quemadas y saqueadas (10 de febrero de 1781).
Posteriormente Pagador en medio de la vuelta al alcalde Jacinto Rodríguez a quien proclamo su jefe y jefe de los rebeldes. A los criollos se unieron los indios de las minas que estaban acantonados en el cerro Conchupata; bajaron al atardecer, entrando a la ciudad al saqueo. Al día siguiente llegaron los indios de las comarcas más alejadas, apoyando a los rebeldes.
En esta rebelión tomaron parte, unidas, las tres clases sociales en que estaban divididos los americanos (indios, mestizos y criollos), pero esta unión no pudo durar, pues los indios acantonados en la ciudad pidieron que se los mantuviese en holgura. Como la situación de la Villa no lo hacía posible, la masa indígena comenzó a saquear las casas de los criollos más acomodados. Los vecinos empezaron a temer a sus peligrosos huéspedes Jacinto Rodríguez se vio en la necesidad de pedir ayuda a un cacique a migo. Chungara, quien se comprometió a lograr la retirada de la masa indígena a cambio de que todos los criollos y mestizos que tuvieran haciendas y tierras, las cedieran a las comunidades.
Apremiados los criollos por la constante amenaza de sus compatriotas, quienes no hacían grandes distingos entre los blancos americanos y europeos, tuvieron que renunciar a gran parte de lo que poseían para comprar la paz de la ciudad, Sebastián Pagador, que tan fervientemente había sido para la causa revolucionaria, murió a manos de los indios en uno de los saqueos que estos practicaban en la ciudad.