Poemas para el Día del Mar Boliviano, de los autores: Benjamín Guzmán, Gregorio Reynolds, María Teresa Solari O., Raúl Otero Reiche.
Abaroa en el Topater
Benjamín Guzmán
Del mar ante el panorama
siempre fieles, siempre altivas
se alzan Cobija y Calama;
las irredentas cautivas.
Ruge el Ollague en su cráter
ruge en sus aguas el Loa,
y en el puente del Topáter;
¡Revancha!… clama Abaroa.
A Eduardo Abaroa
Gregorio Reynolds
Ensalcemos el épico gesto
del orgullo de un héroe, el desdén
el que, sólo, indomable y enhiesto,
por su tierra luchó contra cien.
Se tiñó la corriente del Loa
con la sangre del noble adalid,
del intrépido Eduardo Abaroa,
destrozado en homérica lid.
Temeraria proeza del grande,
del insigne patriota que fue
tras la luz como el cóndor del Ande
solitario y bravío en su fe.
Lealtad y altivez tuvo el hombre
que esa fe nos legó al escribir
más allá de la muerte su nombre
y venganza clamó el porvenir.
Calama es la historia del bravo campeón
que impuso la gloria de nuestro pendón
sobre esa ribera, que fuera su hogar,
la invicta bandera veremos flamear.
El mar
María Teresa Solari O.
¡El mar es un himno, himno sagrado!
Himno de bendición y de cariño,
canción con que el viejo emocionado
¡Instruye en su deber al tierno niño!
¡El mar es un derecho! ¡Es reconquista!
Es una estrofa azul de nuestro canto.
Hoy como ayer y para siempre exista
¡En todo corazón se recuerdo santo!
El mar es un ideal que nos fascina,
Acaso la oración con que se inclina
El alma patricia ante la historia.
Su grito repercute en la montaña
Y en las diáfanas sonrisas del mañana
Serán clarín marcial de nuestra gloria.
Antofagasta
María Teresa Solari O.
A orillas del pacífico, con su dolor a solas,
suscita sobre los hombros la blonda cabellera,
la cautiva contempla el vaivén de las olas
cual si en ellas dormido su corazón tuviera…
Hacia el norte sus ojos se vuelven febrilmente
velados por el llanto que en su prisión desgasta,
¡Bolivia, Madre Mía!, murmura tristemente,
cuando podrá estrecharte tu bella Antofagasta…
La madre que ha escuchado su honda melancolía
Mirando en sus destinos, oceánicos reflejos,
comprendo, le responde, tu tristeza, hija mía.
Y al verte encadenada en una tierra extranjera,
invoco a la justicia, su fallo no está lejos
y que su voz me dice: espera, espera, espera!...
El niño y el mar
Raúl Otero Reiche
Madre, ¡quiero el mar!
¿Por qué no me dejas ver el mar?
Los niños colombianos y argentinos,
los paraguayos llevados por su rio,
todos mis condiscípulos de América,
pintan en sus cuadernos de colores,
historietas de mar.
Ellos se han tendido en sus playas,
se han hundido en sus revueltas olas,
han navegado por las rutas oceánicas
reviviendo las hazañas de sus lobos de mar;
ellos han sentido en sus labios
el grito amargo de la sal.
¡Ay, Madre! ¡Ay, Madre!,
¿Por qué sólo yo me siento atado
de pies y manos a tu vientre,
como antes de nacer adherido,
como el caracol a su espiral?
Madre, déjame partir,
desde la selva, el valle y la montaña,
no llevaré ni piedra, ni honda,
ni los arcos de flechar.
¿Qué puede ocurrirme en el viaje
y allá que puedo yo temer
si he de encontrarme con otros niños
para jugar a piratear?
Déjame partir ahora,
madre, déjame llevar mis lápices
y mi guardapolvo de coral.
¡Cuánta sensación en la clase!
¡Cuánto orgullo del profesor!
su palabra me sigue sonando:
“Tienen que ir, niños, al mar
y no harán más que retornar,
porque ese mar es nuestro mar”.
¿Pero es que hubo quién dé su sangre por su azul?
¿Quién dé su vida por defender su inmensidad?
Madre, yo iré, déjame ir,
quiero ir al mar,
a su ser
ideal.