Óscar Ichazo Gonzales
No se conocen mucho de los datos de este narrador, únicamente que es boliviano y que reside desde hace mucho en Nueva York, EE.UU. como director de un Instituto de "Trascendental Meditation".
Las partidas parroquiales localizadas por Mario Chacón declaran unánimes que Arzánz nació en la Villa Imperial y si el certificado es correcto el historiador tenía 60 años cuando murió, lo cual significa que habría nacido en 1676.
Arzáns consagró unas 1.500 páginas en folio de escritura prieta a las vicisitudes de la historia de Potosí, pero fue muy renuente a ofrecer datos autobiográficos. Una breve alusión se hace en la historia a sus abuelos y a su vida temprana: “aunque es verdad que mis venerados abuelos adquirieron en esta Villa bienes de fortuna, como tuvieron 10 hijos (los cuatro nacidos en la Villa de Bilbao en el señorío de Vizcaya, uno en la ciudad de Toro en Castilla la Vieja, dos en la de Sevilla de aquellos reinos de España y los tres en esta Villa de Potosí), de lo que adquirieron poco o mucho en oficios honrosos les cupo poca parte a cada uno, y así fue forzoso asistir siempre en la casa y servicios de mis padres, con que no pude lograr en ejercitarme en la gramática ni retórica, cosa de que harto me he dolido en varios lances y particularmente al emprender esta y otras obras”.
Mateo, el padre de Bartolomé, fue uno de dos hijos nacidos hacia 1635 en Sevilla en el curso de la larga peregrinación que los abuelos hicieron de Bilbao, en España a Potosí en el Nuevo Mundo y tenía ocho años cuando la familia llegó a la Villa Imperial en 1643.
En una de las innumerables historias piadosas del libro, nuestro historiador relata cómo su padre tropezó una noche en una iglesia con un cadáver que estaba allí depositado, lo cual le afectó de tal modo que aun siendo un “arriscado andaluz” la sangre le corrió abundantemente de la nariz.
Arzánz menciona una vez a su compadre “Pablo Huancani. natural de esta Villa, indio de buen entendimiento y ladino”, cuya vida había sido salvada milagrosamente en la mina por la virgen Santísima de la Candelaria.
El que Arzánz contrajese este parentesco espiritual con un indio ilustra su simpatía por los naturales, cuyos malos tratamientos por parte de los españoles condena a lo largo de toda la historia.
Para quien habla tanto y en prosa tan intencionada sobre las mujeres, es de notar que sólo se refiera raramente y muy fugazmente, a su mujer. Sabemos por los registros parroquiales que “Bartolomé Arzánz Dapífer”, casó en mayo 2, de 1701, con doña Juana de Reina, soltera, natural de la ciudad de La Plata, hija natural de don Alonso de Reina y de doña María Santos de Lara.
Hasta donde hoy se sabe, sólo tuvieron un hijo, Diego, quizás porque doña Juana tenía ya casi 40 años cuando se casaron.
Las páginas de la historia están rebosantes de relatos, a veces increíbles, de mujeres gloriosamente hermosas o pasmosamente ricas o valerosas y algunas que protagonizaron hechos inconfesables de celos y crueldad. Arzánz especula tanto sobre el carácter femenino que resulta, obvio que el tema le fascinaba y atribuye a las mujeres muchas malas cualidades. Mas aunque la historia sugiere la imagen más desfavorable de la mujer, también es cierto que Arzánz deseó equilibrar su juicio, pues declara: “Si preguntamos a Secundo, filósofo, qué es una mujer, nos responde en una de sus sentencias que es una insaciable fiera, una solicitud continua, una indefectible pelea y un naufragio de los hombres; pero en mi opinión es un animal hermoso, una solicitud de nuestro regalo, una compañera en las penas, un consuelo en los peligros, un aumento de la felicidad humana, un peso de mucho oro y un ministro de terribles cuidados. Con que siendo verdaderas entre ambas opiniones nadie podrá negar que hay mujeres malas y buenas”.
Sobre su propia mujer todo lo que Arzánz dice en su voluminoso libro de su “amada mujer” es que “era buenísima”.
El historiador era muy aficionado a las corridas de toros y parece que estuvo presente en todas las ocasiones festivas de la Villa, de manera que los lectores de la historia tienen una vista panorámica de muchos acaecimientos dramáticos.
En su niñez Arzánz visitó los minerales de Chayanta y Villacota, y en 1705 -cuando comenzó la historia- dice que acompañó a un amigo a La Plata, pero con esas excepciones, parece que pasó toda su vida en Potosí.
Óscar Ichazo Gonzales
No se conocen mucho de los datos de este narrador, únicamente que es boliviano y que reside desde hace mucho en Nueva York, EE.UU. como director de un Instituto de "Trascendental Meditation".
Néstor Taboada Terán
Nació en La Paz, en 1929, fue director del departamento de Cultura de la Universidad Técnica de Oruro dónde dirigió la revista Letras Bolivianas y en la Universidad de San Simón también dirigió la revista Cultura Boliviana.
Josermo Murillo Vacarreza
Nació en Oruro el 27 de agosto de 1900, abogado, escritor y periodista, se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. También fue Catedrático fundador de la Facultad de Ciencias Económicas y el Instituto Politécnico, lo mismo que Rector de la Universidad de Oruro, en 1941-1942.
Jaime Saenz
Nació en La Paz, el 8 de octubre de 1921. Este ilustre hombre de letras, representante del surrealismo boliviano, fue un poeta nato. Se destacó también en la novela, el ensayo y el teatro.
Gregorio Reynolds
Gregorio Reynolds cierra la trilogía de poetas modernistas de Bolivia, aunque en menor dimensión que Jaimes Freyre o Tamayo. Notable cuando escribía sonetos, dominó su técnica hasta la perfección, ensayó el género dramático en verso y se inspiró en la fuerza de nuestra geografía y la sensualidad del trópico. Fue calificado como satánico y pagano. Sus obras mayores son Quimeras (1915), El cofre de Psiquis (1918) y Edipo Rey (1924).
Gilfredo Cortés Candía
Nació en la ciudad de la Santísima Trinidad, el 28 de diciembre de 1906. Fueron sus padres el Dr. Eulogio Cortés Elias y la Sra. María Candia Caballero, tuvo cuatro hermanos.
Pasó su infancia, diáfana y serena, bajo el amparo amoroso de su dulce hogar en San Ignacio de Mojos.
Pedagogo y escritor cuya principal obra “El Itenez salvaje” quien en 1937 se introdujo el Núcleo Indigenal Moré, para realizar una “redención del Indígena”, que más allá de la buena intención del pedagogo y del buen espíritu y humanismo que empleó, resultó ser un proceso civilizatorio forzado.
Hasta entonces a los Moré, se los conocía como un pueblo aguerrido, que mantenía luchas intertribales continuamente, en la región y que atacaba a los viajeros.