Gilfredo Cortés Candía
Crespa y pisando con miedo, como si el suelo le pareciera extraño, por el entumecimiento de tres días sin abandonar el nido, salió la gallina clueca que empollaba los huevos de perdiz.
La sirvienta que era una de esas viejas que todavía creen que es malo bañarse en Viernes Santo, al ver a la gallina con ínfulas de macho, le dijo a la señora, una extranjera, con sigilo de quien cuenta una cosa tremenda, que era preciso evitar que la gallina cantara como gallo, porque eso sí que traía tantas desgracias como una maldición.
La señora incrédula como todos los que nacen del otro lado del mar, se rio de la ingenua superstición de la sirvienta, mientras tanto la gallina corrió a la huerta y se perdió detrás de unas matas de tomate, allí estuvo regando con sus movimiento la tierra menuda que saltaba hecho polvo por entre sus plumas ajadas.
Y cuando ya todos se olvidaron de ella, dio un salto como si la hubiesen asustado y sacudiendo las alas, cantó un rato largo como si realmente hubiese sido un gallo.
La vieja sirvienta, convencida ya de las desgracias que podían sobrevenir, le pidió a la señora, que debía matar a la gallina o por lo menos la zambulleran en agua fría, único recurso que ya quedaba para conjurar los males por venir.
Y como para cimentar más la credulidad no sólo de la vieja que era todavía de aquellas que creen que es malo bañarse en Viernes Santo, sino también la de los criollos ingenuos, al poco tiempo la extranjera blanca, recibió una carta avisándole la muerte de su madre en ese día y a la misma hora en que la gallina cantara como gallo.
Prendió así, definitivamente, en la credulidad popular, la superstición aquella de que cuando la gallina clueca canta como gallo, es presagio seguro de alguna desgracia, desde la muerte de las personas, hasta las plagas en las sementeras y los animales domésticos.
Gilfredo Cortés Candía, un beniano en tres dimensiones