Gilfredo Cortés Candía
Turupa la hija única del primer Cacique que tuvo la tribu, tuvo una niñez entera un alarde de orgullo y de capricho, pero a la muerte de su progenitor, se vio completamente sola, y lo que es peor todavía, ajena a los oficios de mujer y obligada a encararse con la vida.
Mucho tiempo luchó por vivir sola, hasta que al fin, como todas, no pudo más y maldiciendo la nobleza de su origen y burlándose de su suerte y su destino, se casó con Caparu que fue el primero que le propuso matrimonio.
Tuvo un hijo que su hombre quiso que se llamara Isirere; pero poco duró la felicidad del hogar, pues la muerte le sobrevino a Caparu dejándola en una soledad dura y doloro-sa como un calvario.
Al curichi, lugar pantanoso, iba a lavar Turupo junto a Isirere en el que ella había cifrado todas sus esperanzas y todos sus sueños de mujer y madre desgraciada porque creía que al ser nieto del Cacique, reivindicaría en no lejana hora la gloria de la tribu.
Un día en el curichi, cuando el sol empezaba a ocultarse tras el dorso de los bosques, Turupo, como otras veces, recogió apresuradamente su ropa y llamó a Isirere que durante el tiempo que ella tardaba en asolear se entretenía orillando el curichi en busca de nidos y avisperos.
Pero ese día ocurrió una cosa extraña, ya que cuando ella le llamaba, el muchacho le respondía de dentro del yomomo y a medida que contestaba su vocecita delicada como el grito de un ave herida, se debilitaba cada vez más, hasta que al fin enmudeció del todo en el silencio de esa tarde.
La desesperación de la mujer, hizo que los hombres la buscarán afanosamente a fin de encontrar a Isirere, pero ellos cuando llegaron al lugar, encontraron una enorme laguna. Se dice que en memoria del nieto del primer Cacique que tuvo la tribu, le llamaron Isirere aquella inmensa laguna.
Gilfredo Cortés Candía, un beniano en tres dimensiones