Avelino disfruta de una exquisita velada en la tienda de doña Flora con motivo del nacimiento de su primer nieto, hijo de su primogénita hija Aurelia.
La alegría de la fiesta al son de la música, baile y bebida, hace que pierda la noción del tiempo y se dedique a festejar a lo grande este nacimiento hasta llegar a la exageración.
Ya todos los asistentes se han marchado y al verse solo y ebrio, se levanta del poyo donde está, tambaleándose, sale de la casa sin hacer caso del pedido de la hija que le ruega quedarse a descansar.
—No te preocupes hija, no estoy mal, además vivo aquí cerca. Responde seguro de sí mismo.
La noche está muy oscura, la luna muy tenue, alumbra levemente y el sendero que en el día es apacible, se torna lúgubre y tenebroso a esas horas.
Avelino cantando en voz entrecortada, avanza lentamente, sin embargo algo le detiene y es que las ramas de las plantas que crecían alrededor del camino se mueven lentamente y se siente el sonido leve de una campanilla que se va acercando. Una idea vaga le viene a la cabeza que le recupera de su estado de ebriedad y es que las viejas le habían dicho que el karisiri merodeaba en esos lugares.
El instante en que titubea es suficiente para sentir un adormecimiento y desvanecerse como embrujado sin llegar a perder la conciencia, parecía que una fuerza superior a sus instintos y deseos de movimiento le impiden actuar, está como hipnotizado.
Ahí estaba el k'arisiri, vestido con una larga sotana café, amarrada a la altura de la cintura por una especie de cuerda de la que cuelga una campanilla pequeña y un bolso de cuero de chivo.
Le ve, quiere gritar, moverse..., escapar, pero nada, sus fuerzas están a merced de aquel aparecido, que pausada-mente, le abre la camisa a tiempo de sacar una especie de cuchillo grotesco y filudo y un alambre del grosor de un dedo a manera de tubo.
Nada le apresura, el k'arisiri, corta la piel de su víctima con la afilada hoja de metal y le introduce al cuerpo como si se tratara de un trozo de mantequilla e introduce el alambre que ubicado en el tejido adiposo del hombre extrae la grasa que es depositada en la pequeña bolsa de cuero. Las habilidades del aparecido impiden caer una sola gota de sangre.
Terminada la labor, el hombre con sus habilosas manos y valiéndose de un ungüento, cierra la herida que se queda como una cicatriz que aparenta haber sido hecha mucho tiempo atrás.
El k'arisiri se levanta y se aleja del lugar repartiendo a su paso el incómodo repique de sus chillonas campanas, hasta que el sonido se aleja de a poco y se desvanece por completo, en tanto se dejan sentir los ladridos de los perros vecinos que sienten la presencia del hombre.
Avelino, queda sumido en un profundo sueño.
El leve frío de las primeras horas de la mañana, despierta al hombre, quién sumamente adormecido y adolorido se levanta y a paso lento se dirige a su vivienda donde vuelve a descansar. Lo extraño del caso es que no recuerda nada de lo que le pasó.
La tradición cuenta que desde tiempos inmemoriales en los valles cochabambinos, ronda este extraño ser, a quien lo llaman el K'arisiri, quien en horas de la noche, se dedica a robar la grasa del cuerpo de sus víctimas.
Verdad o no, así es como lo cuentan las víctimas de este aparecido.