Hace muchos años atrás vivían en la espesura del parque Carrasco y en Altamachi en Cochabamba una raza de seres dotados de una fuerza descomunal que por ser velludos se habían alejado de los seres humanos para vivir en la espesura de la selva tropical.
Siendo todos varones y al no haber mujeres para mantener viva su especie, entraron en una profunda crisis pasional.
Luego de una larga y discutida reunión decidieron acudir al Jukumari mayor, para que les diera un consejo sabio para resolver el problema. Éste les dijo que al igual que el águila real, es señor de las alturas, los jukumaris de la misma manera eran dueños de todo lo que significaba ser parte de la tierra.
A partir de ese día estos seres se dispersaron en búsqueda de una solución a su problema de supervivencia.
Conocedores de la maldad de los hombres, evitaban de todas las formas posibles encontrarse con ellos; sin embargo, cierto día, un joven jukumari, desde la espesa vegetación del bosque a orillas de un río, contempló a una hermosa mujer sin pelos, quedando embelezado con su encanto y su voz tierna y dulce. Desde ese día todas las tardes veía a la mujer en el río sin atrever acercarse.
Una tarde calurosa, en que la hermosa mujer se desnudó para bañarse, fue cuando, el Jukumari, no lo pensó dos veces, corrió y tomó a la doncella, la cargó en su hombro como si fuera una hoja, luego se internó en la espesura del monte.
Caminaron varias horas y solo descansaban para comer algunas frutas, hasta llegar a un cerro, lugar donde vivía el oso. La ladera de este cerro ocultaba su morada que se encontraba tapado con una enorme piedra que hacía de puerta. El descomunal animal, retiró la piedra e introdujo en ella a la mujer pese a la débil oposición de ella.
Pasaron los años, ella tuvo su hijo, a quien le prodigó toda su atención, educándole lo mejor que pudo; sin embargo, el niño preguntaba constantemente qué es lo que había fuera de su hogar.
Tanto fue la insistencia del niño que terminó convenciéndola a la madre su deseo de salir del lugar.
Una mañana cuando el padre salió en busca de alimentos, la madre y el hijo, con un esfuerzo supremo lograron mover la piedra y huir por la espesura hasta llegar a la población más cercana, en la que amparada por los vecinos le protegieron contra la furia del Jukumari que les buscaba incesantemente por toda la espesura.
La mujer con el fin de darle una esmerada educación a su hijo, le inscribió a la escuela del lugar, sin darse cuenta que el niño tenía la piel muy espesa de pelos, hecho notado por sus compañeros, quienes constantemente se le burlaban.
Un día el niño no resistió más y al primer insulto, le dio un golpe al ofensor, quien cayó sin sentido al suelo y lo mismo hizo con aquellos niños que se atrevían a insultarle. La gran fuerza que tenía no fue inadvertida por la dirección y el cuerpo docente, quienes veían en el niño un gran peligro.
La madre, al enterarse del hecho, temiendo la reacción de la población, tomó sus cosas y junto a su hijo se internó en la espesura de la selva para no saberse nunca más de ella.
Cuenta la leyenda que el joven jukumari, como su padre, ronda la región en busca de una mujer para vivir con ella.