Leyenda de Mallku Kapac y Mama Okllu

Antonio Paredes Candía

Wiracocha, implacable, había castigado a su pueblo, dejando ruinas y silencio en donde antes florecían las artes y las ciencias. Como todo dios, puritano e inflexible, se dolió de aquellos seres creados por su amor que hicieron brotar del dios del mal, el cardo de la envidia y el odio.

Nada debe existir del pasado, dijo, y cubrió de nieve, dejando caer la helada, esterilizando los campos y provocando cataclismos, del tal modo que el dolor, el llanto, la pesadumbre hizo presa en las almas de esos hombres que sólo conocían la soberbia y habían vivido empantanados en el egoísmo.

Desaparecieron pueblos íntegros y unas pocas familias acorraladas por su desesperación huyeron hacia el norte en busca de tierras más benignas donde asentarse y con el transcurso del tiempo perdieron todas sus cualidades, olvidaron sus virtudes y conocimientos y se convirtieron en caníbales, sin un mínimo de principios morales, eran bestias indómitas. El castigo que infringió Wiracocha perduró por largos siglos.

Un día, Inti, hijo predilecto de Wiracocha se acercó a sus padres, dios de los dioses y le habló así:

— Padre y señor mío, creador de todo lo creado y por crearse, corazón bienhechor y magnánimo, este tu hijo, tan bien amado por ti, humillado te suplica que ya se calme tu cólera para los miserables mortales que deambulan en la tierra cual fieras abandonadas. Permite que mis hijos, lo mejor de mi progenie, bajen hasta ellos, se acerquen y traten de enderezar aquellos corazones equívocos guiándoles al camino que les corresponde como a hijos de tu creación.

El dios de dioses escuchó calmado a su hijo y respondió:

— Hijo Inti, desde hoy te llamarás el bienhechor y el incomparable, tus razones han conmovido mi corazón; no en vano eres mi predilecto, mi amable Inti; se cumplirá tu deseo, manda a tus hijos a la tierra después de adoctrinarles en el bien y en el trabajo...

El padre Inti transportó en un rayo de luz a sus hijos Mallku Kapac y Mama Okllu; los depositó en una isla del Lago Titicaca, con el mandato que desde allí empezaran a buscar la tierra donde asentarían su pueblo y su gobierno.

— Tomad esta varilla áurea -les dijo su padre Inti- allí donde se hundiera será el sitio escogido para fundar vuestro pueblo, donde legislaréis con sabiduría y gobernaréis con benevolencia.

Los hijos humillaron las frentes en señal de asentimiento.

Mallku Kapac y Mama Okllu, atravesaron el lago sagrado en una balsa de totora misteriosamente dirigida, cruzaron las tierras del Kollasuyu y caminaron hacia el norte siempre hacia el norte, buscando el lugar donde se hundiría la varilla áurea.

Caminaban y caminaban sin descanso, desdeñando la fatiga, sin importarles las asperezas del terreno, ni las noches más lóbregas en esas soledades.

Un día arribaron a una especie de valle. A sus pies se extendía un cañadón regularmente abierto y algunas pince-ladas verdes adornaban los cerros.

— Algo me dice que hemos llegado al sitio predestinado por nuestro padre, hermana mía y esposa -habló Mallku Kapac-Luego arrojó la varilla sobre la tierra y maravillados los dos, la vieron hundirse y desaparecer en su seno.

Era el sitio que más tarde recibiría el nombre de Cuzco, centro del universo.

Llamaron a las gentes que moraban en las cuevas de los alrededores, cual si fueran animales salvajes, comiendo carne humana de sus enemigos y bebiendo en los cráneos de los vencidos. Aquel pueblo había retrocedido y no quedaban rastros en su mente de las buenas costumbres que les había inculcado Wiracocha.

Mallku Kapac y su hermana, los atrajeron con palabras pacientes, venciendo su desconfianza. Él, personalmente les enseñó a labrar la tierra y cosechar los frutos; ella, a trasquilar, escarmenar e hilar los vellones de lana de los huanacos. Él, enseñó a domesticar a los animales salvajes y ella a cocinar. Él, fabricó utensilios de cerámica y ella a saber cubrirse las desnudeces con decoro. Él legisló la justicia, fomentó la virtud, enseñó la verdad, predicó la palabra de Inti, hijo de Wiracocha e instituyó la religión; ella, enseñó la bondad, la mansedumbre, la obediencia.

Así los dos hermanos y esposos kollas fundaron el imperio incaico, que más tarde sería la admiración del mundo por su organización social y moral, estupefacción de reyes por las ingentes riquezas que encerraba y avidez de aventureros que veían en el rico imperio el filón para saciar su codicia.

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