El señor de la columna

Luis Felipe Vitela

El hecho ocurrió de la manera siguiente:

A una cuadra y más del templo de Santo Domingo, (actual calle Yanacocha), vivía la empingorotada familia del señor Landavere y Villaverde. Este caballero era tenido como el más blando, discreto y católico padre de familia.

Y en efecto, todos sus actos se traducían en generosas acciones de misericordia. Su casa estaba abierta a los desvalidos como a aquellos que buscaban un sedante para las asperezas cotidianas.

En cierta oportunidad, era un lunes santo del año 1802, según viejos cronicones; a la hora del almuerzo, la sirvienta le anunció la visita de un caballero de aspecto pobre y bondadoso, que pedía le dieran de comer, porque se hallaba exhausto de recursos. El dueño de la casa, con su peculiar desprendimiento, hizo entrar al visitante, y haciéndole sentar a la mesa familiar compartió con él de su confortable almuerzo.

A la misma hora en que se desarrollaba tan insólita es-cena en casa de los Landavere y Villaverde, uno de los sacristanes del templo de Santo Domingo, prorrumpió en exclamaciones de sorpresa, al comprobar que la Imagen del "Señor de la Columna", había desaparecido de su altar.

El pobre hombre no atinaba a salir de su aprieto. Buscaba por todas partes, desesperado. Era imposible que la robaran porque el tamaño de la imagen era exactamente como el de una persona. Salió una y otra vez a la calle, vociferando y pidiendo auxilio. Los sacerdotes de la Orden de Santo Domingo, igualmente sorprendidos, enviaron emisarios por todas partes, empero sin resultado favorable. Cuando la gente se arremolinaba en las puertas del Templo, inquiriendo detalles sobre tan raro acontecimiento, un hombre de aspecto venerable, cruzó inadvertidamente, por medio del tumulto y penetró en la iglesia.

Anoticiado del hecho el señor Landavere, acudió al lugar del suceso. Su asombro no tuvo límites, al comprobar delante de los circundantes que aquella imagen no sólo estaba de nuevo en su lugar sino que quien le había visitado aquella mañana a la hora de almuerzo no era otro que el "Señor de la Columna".

Absortos los testigos ante el milagro, levantaron acta, bendiciendo una y mil veces a aquella Santa Imagen.

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