Raymond había llegado a Bolivia allá por los años de 1973, hombre audaz e intrépido, amante de las aventuras, al salir de su tierra natal italiana, sin un centavo y solamente con ese espíritu de aventurero, tuvo la suerte de encaramarse en un barco comercial como polizón en la despensa, que más es decir de su viaje a expensa de los víveres que tenía en las manos.
Por boca de los amigos y algunos viajeros, se había enterado de la enorme riqueza cultural que tenía Bolivia, sin más espera cruzando como pudo llegó a la ciudad de La Paz, donde se conoció con un turista que a la sazón era de la misma nacionalidad, quien le comentó las riquezas culturales de las ciudades de Sucre y Potosí.
Hombre ingenioso, hábil, en el tiempo que estuvo en la ciudad del Illimani, se había granjeado la voluntad de uno de los orfebres más afamados de esta ciudad, donde recibió los secretos de este arte milenario de los Andes. Dedicóse pues a elaborar anillos, aros, brazaletes, aretes y un sinúmero de supercherías que le valió ganarse algunos pesos para el viaje a estas ciudades patrimoniales.
Llegado a la ciudad de Sucre, absorto veía la gran riqueza cultural de esta bella capital, pero lo que más atrajo su atención fue la inmensa riqueza en joyas, oro y plata que tenía la bella imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y que no tenía ninguna protección, es que la fe depositada en esta sagrada imagen eran tan fuerte para los capitalinos que no necesitaban protección alguna. Era una riqueza patrimonial del pueblo.
En una tarde fría del mes de junio, un hombre agazapado protegido por los débiles rayos del sol en el atardecer, espera pacientemente la noche en un rincón de la catedral, al parecer, nadie se percata de esta presencia ni aun cuando las puertas de este templo se cierran herméticamente dejando en penumbras el ambiente.
Ya de noche cuando los débiles rayos de luz penetran por las ventanas de la majestuosa catedral, apenas si dejan ver los interiores, cuando una sombra rompe la quietud del ambiente, era Raymond que munido de un cortaplumas y un lazo delgado envuelto en su cuerpo y saquillo, procedía a la revisión de la riqueza que tenía a su alrededor.
Candelabros, crucifijos, copas, medallas y otros objetos de plata y oro fueron acumulados pacientemente en el saquillo. Al llegar a la imagen de la sagrada Virgen, el hombre siente un singular estremecimiento de sobrecogimiento por su accionar, pero se sobrepone y con mano firme haciendo uso de su cortaplumas extrae pacientemente una a una las joyas de esta Santa Madre.
Viéndose satisfecho por su deplorable fechoría, pone en un rincón en el saquillo toda la riqueza que había extraído de todo cuanto pudo ver en la iglesia. Había hecho un gran esfuerzo y su cuerpo sudaba y trasudaba por alguna inexplicable premonición que ni él mismo se explicaba.
Recobrada la fuerza, se levanta, escudriña los ventanales ubicando el lugar por donde debía de salir antes que amanezca, se siente contento por su accionar, pero, al llegar donde dejó el bulto con todas las riquezas extraídas, éstas habían desaparecido. Sobresaltado sin darse ninguna explicación, siente la necesidad de salir de inmediato del lugar, coloca la soga que llevaba consigo, pero al pretender trepar la columna la débil soga se rompe y cae estrepitosamente sobre las baldosas frías del templo. Una y otra vez intenta trepar las columnas, pero vanos son sus esfuerzos, parecería que una fuerza sobrenatural las hacían infranqueables.
La mañana sorprende al hombre que acurrucado en la base del pilar es sorprendido por el anciano cuidador del templo, quien conduce al hombre que no ofrece ninguna resistencia a la sacristía de la iglesia, donde confiesa con un sincero arrepentimiento diciendo que "en todo el tiempo que estuvo acurrucado en la base del pilar como un fugaz de luz le vinieron las imágenes de su casa, familia, madre y el rostro de la imagen de la Virgen y el Niño que le miraba con ojos cariñosos y maternales" a tiempo que repetía incesantemente con voz fuerte ¡Virgen de Guadalupe, perdóname!
Lo cierto es que a tiempo de revisar las riquezas con que contaba la iglesia en valor de orfebrería incluyendo de la imagen de la Virgen de Guadalupe, se encontraban intactos en mostrar ninguna señal de haber sido extraídos o removidos de su lugar.
Nadie pudo explicar este hecho, atribuyéndose a un milagro de la Virgen de Guadalupe.
Revista "Guadalupe para el mundo" Septiembre 2005