Carlos Vaca
¿Quién es?, ¿qué quieres?. La voz de don Carlos Vaca retumba en las paredes, pero nadie le responde; él, sólo ve una especie de niebla y un brillo que aparece y se desvanece como por arte de magia. Así, con los recuerdos en forma de una extraña brisa, le llegan a la memoria sus años mozos en el teatro Gran Mariscal de Ayacucho, donde tuvo que aprender a distinguir el sigiloso andar de los fantasmas.
Hoy, a la distancia de aquellos viejos tiempos, este octogenario obrero de la construcción asegura conocer el famoso teatro de Sucre desde el inicio de la segunda fase de su edificación, en 1950. La experiencia hoy le dice que estas paredes que vigilarán de cerca la Asamblea Constituyente, notaron hace más de medio siglo su misma sensación de compañía, aunque sólo algunos ojos la atraparan de verdad: 'Estoy seguro, se los veía por aquí'.
Don Carlos está convencido de los misterios del teatro. No despega los ojos de los pasillos, de las butacas, de los telones, de los bastidores... pareciera que anda en busca de un antiguo amigo.
Inspirado, con aire seguro cuenta que, en la noche, cuando salían todos los trabajadores, yo me quedaba con mi linterna porque no había luz. Entonces, veía esas cosas que aparecían y desaparecían; por eso, yo atribuía que eran fantasmas.
Ésta es una historia de muchas otras que, entre espíritus amistosos y luces apagadas, hoy resucitan de la nada en su casa, el teatro Gran Mariscal. Aquí mismo, de cara a la Plaza Libertad y su sereno obelisco, de espaldas al Parque Bolívar y codeándose con la Corte Suprema de Justicia, el teatro se erige tal cual lo indicó su plano original, que, según se cuenta en las calles de Sucre, fue presentado —sin suerte— a un concurso para la construcción de la mítica Ópera de París.
Adentro, Carlos Vaca revive, por unos momentos, aquellas horas que dejó en su juventud cuando, durante la segunda fase de la construcción, la desgracia se dio una vuelta por el teatro. Y él vio el drama de sus amigos.
Cuenta que, junto con un grupo de trabajadores, estaba abocado a la refacción del Gran Mariscal. Los materiales que utilizábamos para sostenernos en los andamios eran precarios, no nos daban ninguna garantía. Eran rústicos, los andamios. Así fue que, un día de esos de intensa faena, una de las plataformas cedió y se llevó consigo la vida de siete de sus compañeros. Yo mismo me he caído cinco veces.
Su voz no hace más que rebotar en las paredes. Ni una mosca vuela por el teatro; y en este momento menos, ahora que la muerte suena con la pesadez de las palabras de don Carlos Vaca. Se rumorea que antes, cuando estaban haciendo la parte de adelante murieron trabajadores y seguramente sus almas estaban penando. Según él, los fantasmas no eran ofensivos. Al menos, sonriente, confirma que no le molestaron al momento de crear las molduras con liras y cabezas de leones que aún hoy adornan los palcos de este teatro similar al Scala de Milán. Y eso que golpeaban los palcos, provocaban ruidos, movían los baldes, hacían bulla en el escenario.
Dice que, una vez, el sereno de la obra le comentó que cada amanecer aparecía lejos del lugar donde se había acostado la noche anterior. Entonces, don Carlos decidió hacer una prueba. Cerca de donde dormía el cuidador, puso arena en el piso; pero antes, le recomendó que no se moviera. Al día siguiente se llevó una tremenda sorpresa: comprobó que había un rastro, como si, alguien o algo, hubiera trasladado al sereno de un lugar a otro... ¿Cómo fue? Él no lo sabe.
Las historias de fantasmas han ido perdiendo fuerza con los años; al parecer, las almas, si lo eran, han huido del teatro.
Inexplicable suena esta historia. Pero cómo no. Ésta es la historia de muchas otras, la historia de un hombre que deanduvo sus pasos hasta dar con las paredes de un teatro.