José Benigno Rivera Bravo
En las márgenes del Cañón de Yampara Toka, comunidad indígena del departamento de Chuquisaca, existe un cerro más o menos elevado y de gran volumen, denominado Khoskhos cuyas colinas, hasta la cumbre de la montaña, son pertenecientes a varias propiedades comunitarias como Colcha-pampa, Mollemayu, Yurajh-toka, Surimita, Indiosurima, Runasurima y Corocoro.
Justamente en la zona perteneciente a Indiosurima y a fines del coloniaje, vivía allí un indio llamado Damián Choque, era casado y padre de numerosa prole. Un día de esos, alzó su hacha y se dirigió a las faldas del mencionado cerro para hacer leña, llegado a una pequeña hondonada, le llamó la atención un tronco muy grueso que brotaba de la tierra; esto le causó asombro porque en aquel paraje la vegetación es muy pobre, abundando solamente la thola. Quedó contemplando un largo rato, a manera de tomar aliento, luego emprendió su tarea de leñador, pero cosa extraña, al segundo golpe de hacha, ésta se partió por la mitad; otra causa de asombro para el pobre indio que se agachó sobre el tronco para investigar el origen de su fracaso, más, tan pronto como lo hizo retrocedió más asombrado aún porque el aparente tronco no se trataba de una raíz vegetal, sino, de una veta metalera.
Tomó varios pedazos del metal y retornó a su hogar, llevando la feliz nueva a su mujer y demás familiares, los que sin pérdida de tiempo, se dirigieron al administrador de la finca propiedad de la Orden de los Predicadores; este funcionario particular era, un español, que al escuchar el relato amedrentó a los familiares diciéndoles que "no se metan a tocar más aquello porque deben saber que a todos los de la raza de ustedes, les está prohibido trabajar las minas; a esto, sólo tenemos derecho concedido por nuestro señor y dueño, el Rey de España, todos los blancos. El que de entre ustedes desobedeciera este mandato, como saben tienen la pena de muerte y en forma horrible: es decir, descuartizado o quemado vivo".
En vista de tal sentencia, Choque y su familia retornaron a su morada totalmente deprimidos, murmurando de esta manera: "¡Qué día nos libraremos de estos blancos de barba que nos tratan peor que a los animales!".
Transcurridos unos días, el español se dirigió a Chuquisaca, donde obtuvo una licencia de un mes de parte del Superior de la Congregación; enseguida marchó a Potosí llevando muestras, las que sometidas al ensayo dieron buen resultado.
Unos opinan que el metal existente, en aquella región era estaño, otros, que era plata y por último, algunos dicen que se trataba de cobre; a punto fijo no se sabe la verdad.
El español, en vista del buen resultado que tuvo en Potosí, elevó su petición al Gobernador de la Audiencia de Charcas, la que sin mayor obstáculo le fue concedida. Contrató a varios mineros iniciándose de inmediato los trabajos de explotación.
Todo marchaba muy bien, el socavón abierto oblicua-mente de arriba hacia abajo, tenía ya unos cuarenta metros. Una noche, encontrábase en la puerta de la mina el patrón y los mineros, cenando; de pronto, y desde el fondo de la caverna salió un estentóreo canto de un gallo, lo que les llamó la atención, ya que nadie tenía ave alguna en la mina. Se miraron unos a otros y anunciaron un mal presagio.
A los pocos días, se desplomó un gran terrón de tierra aplastando a seis hombres. Esta fatal casualidad fue motivo suficiente para que todos abandonaran la mina y, ésta quedara ignorada y perdida en cuanto a su ubicación.
En 1936 han habido numerosas peticiones mineras en esta zona, en razón de alguna referencia de la mina perdida, pero efectuados los cateos no dieron el resultado esperado y tuvieron que dejar sin efecto tales peticiones, ya que la mina había desaparecido para siempre.