La danza de la diablada muestra una cosmovisión profundamente entroncada con el culto andino del maligno "supay", de "Huari" dios de las montañas, y del diablo de la liturgia católica.
La religión católica implantada por la Corona española en sus colonias, fue diseñada como un sistema educativo para la conversión de indígenas adultos "depurando" sus costumbres "paganas" mediante, por ejemplo, los autos sacramentales y procesiones o "entradas".
Los conquistadores querían "cristianizar" a los indios; practicaban la catequesis del cristianismo contra el "paganismo". Pero el mutuo influjo religioso produjo un sincretismo peculiar en nuestra sociedad.
¿A quién pedir ayuda?
Desarraigados de sus ayllus, los mitayos al servicio de los conquistadores invocaban en los socavones a su legendario dios de las profundidades: "Huari", trasuntado en el "dueño de los parajes" o "el tío".
Ocurrió así que el tío fue convertido en deidad benefactora del mitayo, quien le solicitaba protección y riqueza, ofreciéndole a cambio chicha, alcohol y coca.
Al pasar los años, el hombre andino adoptó la fe católica como estrategia de supervivencia, conjuncionando festividades nativas, como el "jatun poccoy" (florecimiento) con el carnaval europeo traído por los conquistadores.
El drama teatralizado de la lucha entre el Arcángel San Miguel y la Virgen de la Candelaria, frente a los diablos y satanaces, tiene una doble interpretación.
En el sentido cristiano, resultaría ser exponente de los siete pecados capitales de la corte del "Príncipe rebelde Luzbel".
Pero como una "sátira al conquistador", la diablada implica una rebeldía del mitayo minero que, disfrazado de diablo contra sus opresores, utilizaba la danza religiosa para expresar su ansia de libertad y de lucha para lograrla.
El mitayo tenía escasas licencias y una de las excepciones era salir de su trabajo subterráneo en carnavales, mientras los bacanales proliferaban en la ciudad, tolerados por la Iglesia. Llegaba a un desenfreno de sus inhibiciones reprimidas por la mita, y la reivindicación de su dignidad perdida.