Resulta todavía un problema desentrañar exactamente cuándo, dónde y cómo surge la rutilante danza de fervor y entusiasmo por parte de indios y mestizos del altiplano boliviano, y ya no por sus propios exponentes, los negros.
Una de las hipótesis se inspira en una rebelión contra el caporal (capataz de esclavos) en un viñal: una joven negra distrajo con su belleza al caporal, llevándolo a un torrente embriagador. "Fue allí donde lograron ridiculizarlo, obligándole a pisar la uva y mover el torno, convirtiendo el odio en una danza de irónica alegría y burla al poder". Pero los Yungas no tienen tradición vitivinícola.
Otra leyenda narra lo siguiente: "Durante la travesía, el crujir de los baúles de los amos marcaba el compás en el lento caminar de los negros. El cansancio se expresaba con la lengua afuera. Junto a ellos estaba el caporal y detrás el destello de las armaduras de los amos".
Pollerines y matracas
Fue así que "angolas y congos bolivianos", vistos con sorpresa y conmiseración por quechuas y aymaras, dieron lugar a la la danza de la "morenada".
Y en ese contexto, el pesado pollerín plateado del moreno, tiene diversas interpretaciones: representaría, por ejemplo, la opulencia de su amo, y significaría también que vestía una costosa ropa de perlas en razón del alto precio que los azogueros pagaban por él.
Mientras tanto, el clásico sonido del traqueo de las matracas recordaría las cruciales marchas de internación de las "piezas negras" hacia Charcas, Potosí y los Yungas, acompañadas por el continuo chirriar de las vestustas carrozas y las pesadas cadenas.