Leyenda de "Janko Loma"

Julián Barrientes Soria

Cuando los pechos de los dos amantes alimentaban una sola llama de amor, sentados en una pirca, teniendo a su frente por testigos, de sus juramentos, a la inmensidad de la puna y en sus espaldas la casa donde ella vivía. La voz destemplada de "Tata Mariano", abuelo de la doncella, puso término al romántico coloquio.

Transcurrieron varias semanas en la estancia de Quilchara, situada a pocas leguas de Corque, que fue teatro de esta historia.

La joven, cada día, iba poniéndose mucho más hermosa, tan hermosa que provocaba el vértigo en los que en ella fijaban sus ojos; y era como aquellas criaturas puestas a propósito por el diablo para arrastrar el pecado. Y el joven "Chiara" tan frenéticamente enamorado de ella, que cuanto "Tiquita" contestaba al requiebro de amor de sus admiradores, entornando sus pupilas negras y encendidas como las brasas del carbón; él hervía de celos a tal punto que la cólera desfiguraba completamente su rostro.

"Tata Mariano" cada día se ponía más triste, cada día en "Tiquita" estaba más bella y en que "Chiara" estaba más enamorado de ella.

Todas las noches, después que volvía "Tiquita" de haber pastado, en el día, las ovejas; el anciano se esmeraba por darle consejos útiles para cuando sea esposa, y a veces le narraba viejas consejas; pero lo que más le recalcaba, era que ella nunca debía pastar por las faldas de "Janko Loma" (cerro situado a dos leguas de la estancia) porque allí moraba el diablo en persona.

El joven "Chiara" había resuelto casarse con "Tiquita"; de acuerdo con sus familiares fue a pedir su mano, a lo que allí se llama el "mañacu", llevando objetos de diferentes clases; fue recibido de buen agrado por "Tata Mariano"; signo de consentimiento para la boda.

Faltando poco para su matrimonio, "Tiquita" salió uno de esos días, como era de costumbre, a pastar a sus ovejas; pero esta vez se acercó demasiado a "Janko Loma" y como si la fatalidad obrara, una de sus ovejitas se separó del rebaño perdiéndose entre las tenebrosas breñas.

"Tiquita", poco supersticiosa y distraída, no vaciló en ir en su busca. El carnero balando se introdujo en una crispadura de las rocas, semejante a la boca de un dragón; ella no se detuvo mientras la ovejita no cayera en sus manos. Toda sudorosa y jadeante se sentó a descansar; en ese instante oyó el eco de una música que provenía de aquella gruta, como que el diablo quisiera arrastrarla al pecado. Aquellas notas musicales parecían arrullarla; su cuerpo entero se estremeció y sus miembros dejaron de obedecerle, era tan dulce, tan sublime su música, le era tan familiar y sin embargo de que nunca la había oído antes. Inmediatamente sus notas se extinguieron, entonaron, de los ecos, una voz musical casi humana: ¡Tiquita!... ¡Tiquita!... y era aún más dulce que las notas de la quena, aún más romántica que la voz del joven "Chiara".

La tarde iba cayendo envuelta en la gaza azul de los vapores del crepúsculo, se la vio a "Tiquita" salir de aquella gruta, con paso vacilante, como si algún licor la hubiera embriagado; y con su negra cabellera que le oscilaba en la cintura, como si alguien, a propósito, la hubiera desaliñado.

No fue una sola vez que allí llegó. Se repitieron sus visitas una y cien veces a "Janko Loma", y ya no en pos de algún carnero perdido, sino porque allí sentía un gozo inefable al ser arrullada por aquella música, al escuchar aquellas palabras profundamente románticas que después de producirle una sensación infinitamente dulce, se tornaba en dardos que le destrozaron el corazón.

Uno de esos días cuando "Chiara" sorprendido de tanta frialdad o el silencio que mantenía la joven, le interrogó:

— Tiquita es que ya no quieres ir conmigo, es que ya no me amas.

E irguiendo su cabeza con denuedo, agregó:

— ¡Ah! desgraciado del que quiera robarme tu cariño!

Tiquita le respondió con piedad, pero sin cariño:

— No amo a ninguno de la estancia y no quiero casarme contigo.

"Chiara" desplegaba los labios para contestarle, cuando "Tiquita" lo dejó en suspenso, dando una vuelta brusca y corriendo al lado de su abuelo, el joven "Chiara" se quedó perplejo, el golpe de las palabras le desfiguró el rostro, y le repitió entre dientes -quiere a otro- pero me vengaré del ladrón.

Cuando "Tata Mariano" le reprendía e intentaba arrancarle su secreto, por toda respuesta, la joven palidecía y prorrumpía en un amargo llanto; en tanto que por la enjuta mejilla del anciano resbalaba una gruesa lágrima de dolor.

"Chiara", decidió seguir el último paso que daba "Tiquita". Era ya costumbre de ella, abandonar su rebaño a eso de las tres de la tarde y dirigirse a la gruta "Janko Loma".

Y sucedió que una de esas tardes, "Chiara" siguió a "Tiquita". Llevaba en su mano la honda, lista para lanzar la pedrada a su rival,  marchando a veinte pasos de la joven y escondiéndose entre los tolares. "Tiquita" ya se había asomado al primer peñón de "Janko Loma" y a "Chiara" empezaba a agolpársele la sangre a la cara, y los dientes a rechinarle, mientras repetía: ¡Lo mataré!, ¡Lo mataré! Pero cuando "Tiquita" serpeó por entre las últimas cortaduras para llegar a su cita, los miembros del joven empezaron a flaquearle y un sudor helado bañó su frente, en ese instante comenzaron a vibrar las notas agudas de la quena, y, apareció un joven de tez bronceada, arrogante apostura, ojos negros y grandes, cabello azabache ligeramente ondulado y con poncho de variados y hermosísimos colores, que acercándose a "Tiquita", la aprisionó entre sus brazos; "Chiara" quiso amenazar y al clavársele los ojos fosfóricos del joven desconocido, todo lo que pudo fue lanzar un grito semejante al aullido de un lobo, batió dos veces la honda pero no tuvo fuerzas para lanzarla, el espanto ofuscó sus ojos y en ese instante las rocas, el suelo donde pisaba comenzaron a moverse "Chiara" sacando fuerzas de debilidad corrió dando brincos como un siervo hasta llegar a la estancia, allí se encontró con "Tata Mariano", dando grandes brincos y gritando, a voz en cuello:

— ¡Un hombre con ojos de fuego, ja... ja... ja... ¡En Janko Loma! ¡Tiquita!, ¡Tiquita!, ja... ja...

El desgraciado estaba loco.

El anciano al instante comprendió todo, cogió un poco de "millu" y corrió desesperado hacia "Janko Loma". Allí estaba "Tiquita", tendida en el suelo, pálida como muerta, jadeante el pecho y una espuma blanca que le salía de su cárdena boca. "Tata Mariano" vio todavía al joven junto a "Tiquita", pero cuando se acercó con el "millu" en la mano, aquel se convirtió en un enorme reptil de los mismos colores que su poncho, y huyó produciendo un ruido estrepitoso.

El anciano tomó a la joven en sus brazos y ésta despertó como de un sueño y desplegando sus labios aprietos balbuceó estas palabras: "¡Abuelito, le amo... le amo... me voy con él"!

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