María Luisa Valda de Jaimes Freyre
La conocida fábula de la Guallata y el zorro, varía según los lugares donde lo refieren y una de esas es la siguiente:
La misa había concluido y al recogerse a sus hogares, doña Filomena, esposa de un exitoso azoguero de "poca monta" y doña Bárbara esposa de un rico comerciante en ropa y adornos del oriente; junto a doña Remedios mujer solterona, herenciera de buenos caudales y muy beata; caminando todas estas damas comentaban pasajes litúrgicos nocturnos y de curiosidad entre ellas.
— Sabéis vosotras que me contaron que en la calle de Andalucía (hoy Junín) entre la medianoche y la una de la mañana baja una misteriosa carroza de fuego tirado por dos briosos corceles y que tiene la apariencia de una inmensa antorcha, conducida por dos frailes, quienes entregan algunos sirios a quienes tienen la valentía de mirar esa noche —dijo doña Bárbara-
— Hermanas mías, a mí también me habían contado de aquello que se repite por las noches a la hora en que las campanas de la iglesia repican la hora y que nadie osa salir ni mirar esta espeluznante aparición — complementó doña María--
Los comentarios continuaron con lujo de detalles y sensacionalismo. Doña Remedios pensaba sobre lo escuchado; quería creer y no creer; en su mente bullía de curiosidad.
Finalmente pudo más que su voluntad el deseo de mirar, se animó a esperar la aparición de medianoche, en la ventana de su casa ubicada en la misma calle Junín.
La inquietud y desesperación cundía en doña Remedios por ver la aparición sobrenatural que tanto aterraba al vecindario.
Por fin llegó la noche esperada. Sonaba la medianoche, lúgubre noche otoñal. Escuchábase en oídos de la beata el tañir de algunas campanas, emoción y desesperación; sobresaltada, se ubicó en una de sus ventanas postrándose en espera del paso de la carroza en llamas y sus conspicuos conductores.
En efecto, era la hora, de las faldas del Pie de Gallo un objeto luminoso recorre por toda la calle iluminando el área, ante la atónita mirada de doña Remedios que por el resquicio de su ventana observaba instante en que su cuerpo con la desesperación no respondía a sus movimientos; sus manos se pusieron inmóviles y santiguarse no podía, menos articular una palabra.
De pronto se detiene frente al domicilio de la señora, un hombre con hábito de monje baja de la carroza y se aproxima a la puerta de doña Remedios con una mano huesuda, toca la puerta principal, pronunciándole a viva voz:
— Ave María Purísima.
La beata responder no podía, se le trabó la lengua, sentía un adormecimiento total y se confundía en la desesperación.
El monje al verla, misteriosamente abre la portezuela de la ventana y con voz de ultratumba, la dice:
— Tomad esta caja, mañana a la misma hora me devolveréis y si incumplís, vuestra alma será condenada.
Terminada esta entrega, la carroza encendida se perdió en la calle ignorándose dónde terminó.
En cambio la beata doña Remedios ya reconfortada un tanto de su adormecimiento, quizá dominada por el espíritu maligno, entró a su alcoba y en rezos de devoción guardó la caja con todo cuidado y devoción para devolverlo al día siguiente a la misma hora, tal el compromiso.
Amanece tranquilo, el sol vislumbra su alcoba a través de su ventana; la sirvienta llama a su alcoba con el consabido chocolate; es hora del desayuno apetitoso que acostumbra de acuerdo a la posición económica que tenía.
Pero más inquieta doña Remedios por consagrar su devoción por la caja dejado por el monje; con ligereza juvenil, corre al lugar donde dejó el mismo y al abrirla; encuentra una pierna humana; el desmayo la vino en seguida, susto macabro.
Después de recuperar el sentido; las santiguaciones y rezos se hacen presentes en su espíritu; se olvida de su apetitoso chocolate. Alistada con sus atavíos señoriales corre a lo del sacerdote. Entra en el convento y confiesa lo sucedido.
Escuchado que fue su relato, su confesor le tranquiliza con estas palabras:
— Satanás te sigue por tus creencias maléficas y por la falta de caridad. No está en los rezos la salvación de tu alma, más puede tu entrega a Dios y sus bendiciones para la salvación de tu alma...
Escuchado este sermón y con ayuda de algunas beatas de los vecinos junto a algunos niños en medio de oraciones religiosas, esa noche espera la procesión.
Medianoche se acerca la carroza cual inmensa antorcha conducida por los dos frailes por la calle Junín y detenerse frente a la ventana de la beata.
El monje se le aproxima a pedirle el cajón maligno:
— Pecadora y hermana nuestra del mal, devolvedme el cajón que os entregué anoche y si no lo hacéis, vuestra alma será nuestra.
Doña Remedios con fuerza y ciegamente reacciona y le grita:
— Tomad vuestro sacrílego cajón, os devuelvo. Vuestra alma está condenada, sois alma en pena; perdeos de mi frente, hijo del mal y de satanás.
En medio de santiguaciones, rezos y lloros de los niños que la acompañaban echa con agua bendita en la cara del monje y mostrándole su rosario cierra bruscamente la ven-tana.
Al recibir el baño con agua bendita, el monje en medio de fuego y gritos, corre como un alma en pena y así la carroza se pierde y desaparece.
Desde entonces, doña Remedios vivió moderadamente en la entrega a su beatitud.
Acaso han sido estos acontecimientos los que motivaron para impedir estas horrendas apariciones la colocación de una cruz verde sobre la calle Andalucía (Junín) esquina La Plata. Lo cierto es que este símbolo cristiano permaneció muchísimos años hasta la década de los cuarenta cuando fue demolida la vivienda que la custodiaba; después la cruz fue ubicada en plena acera, luego llegó al Museo Antropológico y finalmente al santuario del Socavón.
Hoy la calle Junín, vigorosa en su movimiento humano y comercial aún mantiene por la medianoche una atmósfera de misterio y de terror, como si un ser invisible transitara velozmente en una carroza fantasmal...
María Luisa Valda de Jaimes Freyre
La conocida fábula de la Guallata y el zorro, varía según los lugares donde lo refieren y una de esas es la siguiente:
Vanessa Isabel Magne Calizaya
En tiempos lejanos, cuatro fabulosos y hermosos nevados gobernaban nuestra tierra. Ellos estaban divididos en dos grandes imperios: el Illimani y el Illampu en el Oriente. El Sajama y el Tata Sabaya en el occidente. Ellos eran hermanos.
La montaña Tata Sabaya vivía en compañía de Cabaray, Sayani, Coipasa y otros cuidadosamente atendidos por las chinchillas, las vicuñas y avestruces.
Itza Terrazas Herbas
Según la leyenda, existía en la región una hermosa doncella de nombre Kariquima, ella pasteaba todos los días a su ganado, su hermosura no pasó desapercibida y el Mallku Tata Sabaya, como el Mallku Sajama, quedaron enamorados de la joven.
Tata Sabaya, animado por los yatiris envió una nota de corte a la joven, la misma que fue aceptada con grato placer por la doncella la que veía con agrado la pretensión del enamorado.
Julián Barrientes Soria
Cuando los pechos de los dos amantes alimentaban una sola llama de amor, sentados en una pirca, teniendo a su frente por testigos, de sus juramentos, a la inmensidad de la puna y en sus espaldas la casa donde ella vivía. La voz destemplada de "Tata Mariano", abuelo de la doncella, puso término al romántico coloquio.
Transcurrieron varias semanas en la estancia de Quilchara, situada a pocas leguas de Corque, que fue teatro de esta historia.
María Frontaura Argandoña
El señor Kirkinchu se preparaba para la gran fiesta de su pueblo ya que era el Consejero Mayor. Debía presentarse con elegancia sin precedentes.
Y así, una mañana, fresquita por el viento permanente de la puna, se puso en medio del río y comenzó a tejer su llijlla para echársela a la espalda el día de la gran fiesta.
Braulio Choque M.
De piel morena, pómulos rosados, nariz pequeña, boca, ojos grandes y expresivos, de la comunidad de Andamarca, era Mamal Urku.
Todas las noches a escondidas de su padre, se encontraba con su enamorado, que se hacía llamar Willi-Willi que pertenecía a la comunidad de Chipaya.
El joven y la kullaka eran novios desde hacía bastante tiempo. En ellos había brotado toda la fuerza del amor, pero sólo se veían de noche, por temor a ser descubiertos.