El puente del diablo

Julio Lucas Jaimes

La quebrada de Yocalla es profunda, rocallosa, cenicienta, sembrada de enormes fragmentos de granito y adornada en todas las grietas y cavidades con ásperos cardos y rudas ortigas.

En la parte más angosta, se alza gallardo y atrevido el arco ovalado de un puente, cuyos cimientos se afianzan en las peñas y cuya ojiva parece lanzada del espacio por la mano de los titanes, es tan alto, tan gallardo, tan majestuoso y tan atrevido que no parece fabricado por humanas fuerzas.

Lo interesante de esto es que en el mismo centro del arco le falta una de aquellas enormes piedras con que está fabricado y se ve desde lejos el hueco, y es el motivo por el cual viene a colación esta nuestra leyenda.

A muy poca distancia del susodicho río, está asentada la población de Yocalla, donde vivía un indio que era muy apuesto y gallardo mozo de veinticuatro años, llamado Calca.

Asimismo, en el mismo pueblo había un curaca muy rico y bonachón que vivía en compañía de su esposa india y una linda hija de 16 años de edad, que era la más hermosa de la comarca, de tal modo que la gente le decía Chasca (Lucero) a causa de tener dos luceros por ojos. Siendo asediada por una legión de adoradores.

Sin embargo, Calca y Chasca, se habían conocido y estaban profundamente enamorados.

En fin las cosas no podían continuar así, es que Calca alentado por el amor de la incomparable Chasca, se fue derecho al Curaca para formular en toda una regla la demanda matrimonial, siendo recibido y respondido por el curaca así:

— No eres más que un excelente chico y mi hija que es la más dulce gacela de estas comarcas no ha de pertenecer sino a quien se haga digno de merecerla, ya aumentando su hacienda o ya dándole mayor riqueza y comodidad.

Calca sorprendido por la versión del anciano cacique, respondió:

— Un año te pido y no más, al cabo del cual o habré muerto y serás libre para disponer de mi suerte o habré alcanzado la doble condición que exiges a quien haya de ser dueño de tan grande tesoro.

Y desapareció del pueblo, sin que nadie supiera su destino; mientras que en ese mismo tiempo la hermosa Chasca no cesaba de regar con sus lágrimas el alejamiento de su amado, renovando a cada momento el juramento de no pertenecer a otro en tanto que viviera el dueño de su alma.

Asediábanle a más y mejor los pretendientes y no era el más flojo el hijo del alcalde, mozo letrado que sabía leer y escribir y sacar cuentas y que prometía ser, andando el tiempo, uno de los más ricos propietarios del pueblo.

Al buen curaca le parecía una ganga el chico; pero había una promesa de por medio y los indios no ceden en ese punto.

Por esos tiempos un español llamado José Gutiérrez de Garci-Mendoza  había  descubierto  las   Salinas que se encuentran a algunas leguas más allá de Yocalla, habiéndose establecido allí un activo trabajo, constituyendo en breve espacio una bien organizada población.

Jefe de los indios del trabajo, era nada menos que Calca, a quien por el prestigio que había sabido granjearle y su constancia, valor en las ocasiones arriesgadas, habiánle alcanzado el mérito de ser curaca de estas regiones.

Así, llorando Chasca y reuniendo dineros Calca esperaban todos los días en que espirara el plazo; mientras el hijo del alcalde y el buen curaca hacían las cosas de modo que el mismo día y sin esperar una hora más, se realizara el enlace de estos dos.

Era una noche muy oscura como un antro que no se distinguía la palma de la mano y para peor llovía a cántaros donde se veía de vez en cuando un relámpago que rasgaba las tinieblas e iluminaba con fatídica luz la agreste quebrada de Yocalla.

De las colinas inmediatas se precipitaban arrastrando cuanto hallaban a su paso abundosos torrentes que en breves momentos tornaron el río en un verdadero brazo de mar invadeable.

En una de sus orillas hallábase de pie un hombre. A la luz de los relámpagos, se veía su semblante demudado por la más honda desesperación.

Retorcíase el infeliz y en un rapto de suprema angustia, exclamó con terrible acento:

— ¡A mí espíritu de las tinieblas; a mí satanás, rey del infierno!

Diez mil relámpagos brillaron en ese instante, el abismo pareció abrir sus terribles fauces y un trueno mayúsculo estremeció los cielos y la tierra; érase que el Diablo acudía a la demanda y tocando en el hombro a Calca que no era otro el que invocaba diciendo:

— Heme aquí, pide, pero debes saber que desde este momento me pertenece tu alma.

Calca, sacando fuerzas de flaqueza le dijo:

— Quiero que sobre este río construyas un sólido puente de manera que antes del canto del gallo, en la madrugada, esté concluido; si lo consigues será tuya mi alma, en caso contrario...

— Ya se   --añadió el Diablo-- sacando un pergamino a tiempo de extenderlo selló el pacto donde puso su firma de tres puntos, invitando a poner la suya a Calca, pero este puso una cruz por no saber firmar, lo que en el diablo produjo un respingo, dejando caer el pergamino al suelo.

Acto continuo se puso Satanás en obra. El mismo cortaba las piedras, las pulimentaba, hacía la argamasa, afianzaba los cimientos y trabajaba con una actividad diabólica.

Ya estaban colocadas las bases, el aliento de Satán secaba las junturas de manera que no ofrecían solución de continuidad; ya se levantaba por ambos costados una parte del arco; el diablo redoblaba la tarea, mientras que el infeliz Calca, ya en plena conciencia de lo que le esperaba, miraba con terror que la obra llegaba a su término.

De súbito se sintió como movido por un resorte y cayó de rodillas, clamando con todo el fervor de su alma la ayuda del arcángel San Miguel, y las más sinceras lágrimas de arrepentimiento inundaron sus mejillas.

En esto el puente se destacaba ya a la débil penumbra que, disipaba la tempestad, aparecía anunciando la proximidad del día; no faltaba sino una pequeña parte del centro y el Diablo sudaba y resudaba trabajando por doscientos. Faltaba sólo una piedra para rematar la obra.

Calca escondió la cabeza entre las manos; pero ¡cosa singular! el Diablo no podía levantar el enorme sillar que tenía cortado, pues pesaba como el mundo y era que encima descansaba el glorioso San Miguel, invisible para el espíritu maligno.

Pugnó éste por cortar otra y otras y todas pesaban igualmente, de manera que se daba a todos los diablos de despecho. Hizo una nueva tentativa y la levantó al fin y se echó a caminar con ella a cuestas; ya la empujaba a su sitio, cuando se escuchó el canto del gallo.

Un terrible estampido resonó, iluminando de amarillo y verde toda la quebrada; un olor de azufre y de betún se esparció por el aire y los primeros rayos del día iluminaron el gallardo Puente del Diablo con la susodicha piedra de menos, exactamente como se encuentra hasta hoy día.

Era domingo y las campanas de la iglesia de Yocalla repicaban anunciando un acontecimiento importante, se iba a celebrar una boda.

Las indias y los indios vestían de gala en toda la callejuela que conducía desde la casa del curaca al templo mientras que los tamboriles y las gaitas sonaban en toda la extensión del caserío.

Una gran comitiva, presidida por el alcalde y el curaca, se puso en marcha camino a la iglesia. Entre muchas indias iba la hermosa Chasca, triste, ojerosa, cabizbaja; mientras que en otro grupo de jóvenes indios no iba más satisfecho y contento, el hijo del alcalde porque en ese tiempo nunca había conseguido una palabra afectuosa, ni una mirada de la que iba a ser su mujer; en realidad no la amaba, sino que sólo pretendía satisfacer su vanidad.

Llegó la comitiva a la puerta del templo, en donde esperaba el cura revestido como en ocasiones solemnes, pero cuando ya unía las manos de los novios, abrióse la comitiva en dos alas y dio paso a Calca que llegaba sin poder apenas contener el aliento.

Había cumplido su promesa.

Así el cura juntando las manos de Calca y Chasca, les dio la bendición nupcial, en medio del contento de los jóvenes concurrentes.

Calca y Chasca, vivieron felices y contentos, se supo que tuvieron sus hijos a quienes educaron con la mucha dedicación.

Entre tanto, lo que hay de positivo y firme es el puente del Diablo.

Historia Anecdótica de la Imperial Villa.

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