Apología del Bailecito

Todo los pueblos crean su música y sus danzas a partir de las formas concretas que alcanza la inquietud por los distintos instrumentos, o dado en los patrones que fija el canto en una región cualquiera del sud del país, bajo una enramada o la sombra de un corredor trajinado por el tiempo, y se han servido de ciertos trazos de sucesión de altura (giros melódicos) en base a los músicos que se integran en conjuntos que dan vueltas por aquí y por allá dentro de determinadas regiones; o los cantores o los instrumentistas que se agrupan para fiestas patronales, carnavales u otros, llevando en alto charangos y guitarras, para oficiar un rito profano de insospechados alcances y significaciones y, tengan que escanciar, como infaltable, el áureo elixir que nos viene desde el incario.

Por sobre este y otros precedentes reflexiones nos inducen a la atención, di que el carácter, la psicología de un pueblo, son el resultado efectivo de la: expresiones de su pensamiento y de su estado anímico, con inflexiones rítmica: y armónicas, acompañadas de esos instrumentos preferidos, algunos ya con graves cicatrices que testimonian inolvidables serenatas y consiguientes batalla; nocherniegas.

Los pueblos, como los individuos, tienen su alma, pero esa alma no se la encontrará sino en su música; el bailecito, de ahí que, las expresiones de su pensamiento y estado anímico lógicamente llevarán el consenso de nacionalidad a través de muchas décadas y que al frente estremece, en infinitas emociones, los sentimientos ciudadanos a lo largo y ancho del país.

Pues bien, repiquetea la energía en las vibraciones del instrumento que acompasa el canto y el bailecito, movido por la fe y la confianza en la memorización melódica, inagotables con su tesoro literario indispensable. En cuyos sones, canta la grata sensación con vigorosas voces para encontrar la alegría y el placer.

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Este ritmo es de genuino origen Mojeño (Beni) y del territorio del Norte (Pando).

La etimología nos informa que la palabra taquirari - designación posterior por evolución semántica del idioma, proviene de la voz Moxeña “Takirikire”, que significa flecha. Esto quiere decir que el taquirari es una danza a la flecha. Con la cual los aborígenes exteriorizaban su homenaje a tal arma que les aseguraba el sustento diario, y a la vez les permitía defenderse de sus enemigos.

Materia de eruditos ha sido siempre el analizar y discutir el origen de este hermoso baile típico nacional que llamamos la Cueca.

Existen diferentes opiniones a cerca del origen de la Cueca, muchos afirman que es la Jota, aquel baile y canto popular aparentemente originario de Aragón, tal como la afirma Felipe Pedrell.

El Groves Dictionary recoge la versión del moro Aben Jot del siglo XII y de otros autores que atribuyen el origen de la Jota el Canario sin aventurarse a entregar datos.

Kaluyu

Es una de las formas que han supervisado e influenciado la actual música boliviana, aunque, según las regiones, adquiere diferencias apreciables; por ejemplo, el kaluyo vallegrandino, es distinto del que se practica en las parcialidades andinos alejadas de los centros urbanos. El kaluyu tienen mucho que ver con los elementos de la Zama - Cueca en su donaire y del huayño en su rítmica. Alegre como toda música aborigen danzable.

Mecapaqueña

El huayño, forma musical y coreográfica generalizada data de la época del Incario, de alegría y belleza singulares, por su delicadeza, agilidad y gracia estéticas, como especie musical pertenece al cancionero pentatónico, danza palaciega lírica más completa del Indio Quechua, llegó a un nivel muy alto dentro de las preocupaciones culturales del imperio, depurando sus pasos, creando nuevas figuras y adquiriendo un ritmo elegante y fecundo, se lo baila en pandilla con diversas figuras, de carácter social más común de la zona andina.

Es una canción derivado de Arawi; es la música culta de la época colonial, es una producción dulce y melancólica, en lo que se expresa un profundo romance, es lento en compás ternario y trasunta los sollozos, el dolor y la pena de la raza andina. En todas estas formas, hay religiosos y profanos. La cristianización de los aborígenes en el periodo colonial utilizó la música para propagar la fe, haciendo cantar los himnos y cantos religiosos en tonadas incaicas, tanto de carácter alegre como lento.

Fue una fiesta de carácter agrícola vinculada con los cambios de la naturaleza, o estaciones, como puede comprenderse en el calendario indígena, correspondía a la época de la siembra entre los meses de agosto y septiembre (solsticio de primavera).

Sea cualquiera la razón, este despertar nacional como podemos observar sin dificultad alguna es instintivo y no obedece a ningún síntoma exterior. Estamos muy seguros que en este solo enunciado de nacionalidad han de insurgir hasta con coherencia, aquellas invariables escenas de jocunda o el sentir psíquico del pueblo reflejado en los atardeceres polícromos, o en las noches de bohemia a través de su música, nos cautiva, cuanta nostalgia al rememorar éste y aquel bailecito, aquella letra inolvidable.