Suttu se encontraba recostado bajo la sombra del árbol comiendo un poco de jankka (maíz tostado), que había dejado un viajero descuidado a la vera del camino. Después de llenar la barriga hizo un atado con lo que le sobraba y se fue paseando por el campo. Sin darse cuenta llegó delante de la cueva de Atoj, quien se encontraba asolendo su pellejo raquítico y cuyo fino olfato descubrió lo que portaba Suttu.
— ¡Juscuuuuú!... ven aquí —le grito— muchas malas pasadas me has jugado. Si quieres que mis dientes no mastiquen tus carnes, entrégame la jankka (maíz tostado) que llevas en tu chuspa (bolsa pequeña).
El conejo negó al principio, pero notando las serias intenciones del falaz zorro, compartió de mala gana su merienda, habiendo planeado interiormente la venganza por este abuso.
—Tiyuy —le habló meloso— este poquito de jankka he sacado de un lago muy cercano. Hay mucho tiyuy. Yo no he podido traer más porque mis fuerzas no me alcanzan.
— ¡Aja! —Dijo Atoj— ya puedo ayudarte, no es cierto?
—Sí tiyuy —respondió Suttu en el mismo tono— Quien mejor que tú que eres fuerte y diestro en cualquier faena? Pero... —añadió el conejo— sólo se puede ir de noche.
Se despidieron después de convenir la hora, y cuando las sombras habían bajado a la tierra, Atoj, en compañía de Surtu, se dirigió al sitio, que era un hermoso lago donde las estrellas se reflejaban luminosamente.
Miró el zorro y díjole al conejo: —Suttu, no son acaso estrellas?
—No tiyuy —respondió el conejo convincente— es que ya estas viejo y tus ojos te engañan porque no pueden diferenciar.
El aludido aceptó la verdad de sus años, gruñendo despechado, y bajaron juntos hacia la orilla.
—Debemos tomar el agua tiyuy para poder sacar el maíz. Tu empieza por este lado, yo por aquel... —habló señalando un lugar distante.
El zorro tomaba cantidades enormes de líquido, tanto que no pudo moverse por lo hinchado que se encontraba su barriga, mientras Suttu se burlaba.
— ¡Ji, ji, ji, ji! Me has pagado tus abusos Atoj Antoño tonto —le gritó desde lejos, avisando a to-dos los animales que encontraba en su camino:
—Al Atoj le ha entrado la kiwicha!... ¡Al Atoj le ha entrado la kiwicha!... (ver Kiwicha).
(Relató en lengua quichua el niño indígena Asencio Titizano, Cantón Quechisla. Prov. Nor Chichas. 1949. Publicado en Literatura folklórica, recogida de la tradición oral boliviana en 1953)