La viudita

Germán Coimbra Sanz

Hay jóvenes que al pasar los veinte años se sienten dueños del mundo y de nada les sirven los consejos. Es así que mientras el cuerpo aguanta le dan como si fuera ajeno. Un muchacho de esta laya era Victorino Suárez gran amigo de la juerga, de la fortuna y de las mujeres.

Cierta noche, después de haber bebido hasta altas horas de la noche, luego de despedirse de sus amigos, muy alegre se dirigía a su casa por las calles desiertas de esas horas alumbradas sólo de trecho en trecho por las últimas velas de los faroles públicos cuando de improviso se le presentó una mujer toda vestida de negro.

En la casi completa oscuridad se podía vislumbrar las formas femeninas de la mujer, formas que despertaron el machismo de Victorino, quien se dirigió a la presencia de la aparecida saludándola y dignándose acompañarla a su casa. Pero la mujer permanecía callada hecho que motivó al hombre atreverse a abrazarla, pero ni bien hubo realizado el intento, sintió que este cuerpo femenino emitía sonidos como chalas de maíz aplastados. Tal fue la reacción del hombre que salió corriendo como alma que lleva el diablo, sin saber cómo llegó a su casa instante en que se le vino una profusa hemorragia nasal y fuertes escalofríos.

Nadie quiso creerle lo que vio y sintió, pero desde ese día Victorino no volvió a salir de parranda y si alguna vez se desvelaba buscaba quien lo acompañase hasta la puerta de su casa, que era dos cuadras antes de llegar a San Francisco.

Cuenta el vulgo que la viudita se presenta a altas horas de la noche especialmente en proximidades de los templos que tienen galerías oscuras. También en las calles solitarias y sin luz.

Este personaje de leyenda de la vida colonial de Santa Cruz de la Sierra, hoy está poco menos que olvidado. La viudita era el fantasma femenino, nadie le podía tocar sin recibir la impresión helada de la muerte. Vagaba con la luna y tenía lo inconfeso de los amores frustrados.

Relatos Mitológicos Tomo I

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