La Iglesia Católica Postconciliar

El Vaticano II fue como un cuchillo que dividió el pasado del presente de un modo radical, sobre todo en el período inmediatamente posterior a su clausura (1963). Violentamente, sin transiciones, los sacerdotes se vieron enfrentados a la necesidad de cambiar su visión del mundo, se rompió la mirada vertical de la realidad, que implicaba un inevitable filtro capaz de diluir los problemas sociales y políticos hasta llegar a una imagen absolutamente aséptica y fragmentada del hombre, cuyo fragmento más importante era el espíritu, único para la labor sacerdotal. Por ello surgió una crisis que estremeció a toda la iglesia. Sin una “ambientación” previa el sacerdote, aislado hasta entonces, se encontró con el mundanal ruido. Las vocaciones se tambalearon. El proceso fue geométrico, de las dudas nacieron las preguntas y de éstas las posibles respuestas que incluyen: una vida independiente en contacto más directo con la gente (eliminación o sustitución de la vida en comunidad), un contacto mayor con el otro sexo (debilitamiento severo del celibato), cuestionamiento al sistema vertical (la obediencia como concepto puede objetarse) y, lo que fue realmente esencial, el descubrimiento de un mundo generador de agudas contradicciones e inevitable contacto con doctrinas ideológicas hasta entonces concebidas como básicamente antinómicas del pensamiento social religioso. Así, los sacerdotes llegados de Europa y Estados Unidos a la América Latina, enfrentaron mucho antes y más profundamente la aguda pobreza, lo que daría origen a las dudas y a la necesidad de tomas de posición que en algunos casos desembocaron en una militancia radicalizada Nacieron entre 1965 y 1970 los llamados sacerdotes “tercermundistas”. Hay que recordar que precisamente en la década 1965-1975 se produjo el número más alto de deserciones en la iglesia. Surgieron en este período sacerdotes que desde el mítico Camilo Torres hasta el arzobispo Arnulfo Romero pasando por el heroico jesuita Luis Espinal, tomaron una posición combativa en el quehacer social y político de diversos países del continente. En algunos casos sacerdotes católicos apoyaron la lucha armada. Fue clara la posición y acción de algunos enfrentados a los golpistas de 1971. El oblato Mauricio Lefebvre murió baleado en ese golpe.

Estas actitudes despertaron, como era lógico, reacciones profundamente adversas en sectores conservadores y tradicionalistas del clero y de la sociedad que sumaban entre las acusaciones a estos sacerdotes la desorientación en materia religiosa, además de una oposición radical en materia política. Paralelamente grupos característicamente enfrentados a la iglesia comenzaron por primera vez a interesarse en una aproximación con ésta a partir de los contactos establecidos con los “curas tercermundistas”.

Este desarrollo de ideas tiene que ver con las actitudes de cambio primero y progresistas después de los papas Juan XXIII y Pablo VI. En América Latina el eco de encíclicas como la Populorum Progressio dieron lugar al nacimiento de la llamada teología de la liberación, estrechamente vinculada con la opción de la iglesia por los pobres y la relación ideológica cristianismo-marxismo. Desde la propia jerarquía los documentos de Medellín y Puebla reforzaron la doctrina social de la iglesia y su compromiso con los desposeídos, que se estrelló paulatinamente con las posiciones más conservadoras del papado de Juan Pablo II.

La iglesia boliviana en las décadas de los 80 y 90 intentó, por un lado, la aplicación de la doctrina conciliar y, por otro, superar la dificultad de poder contar con el suficiente clero que pueda atender al pueblo católico adecuadamente. El campo quedo cada vez más abandonado, produciéndose por un lado migración a las ciudades y por otro la conversión de muchos campesinos a otras confesiones cristianas y no cristianas, con el abandono progresivo del tesoro artístico y religioso que significan tantos templos que son sistemáticamente abandonados y saqueados.

En la década de los años noventa fue espectacular el crecimiento de denominaciones cristianas como Ekklesía que modificaron el panorama de la distribución religiosa. En el censo de 1992, el 85 % se reconocía católico y un 11% evangélico en sus diversas ramas.

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En 1977 Banzer convocó a elecciones, casi tres años antes de su propio cronograma. La evidencia de que la bonanza económica se terminaba y abría paso a una severa crisis y la presión de la nueva administración estadounidense presidida por Jimmy Cárter y obsesionada por el respeto a los derechos humanos, impulsaron al gobierno a tomar la decisión. Pero el verdadero factor de inflexión surgió del seno del país.

En 1975, después de 13 años de ruptura diplomática, se reanudaron relaciones con Chile. Esta muestra de buena voluntad con Santiago tenía que ver con la reiniciación de negociaciones sobre el pendiente tema marítimo. Chile aceptó la reanudación porque le daba aire a la secante dictadura que había derrocado a Allende en 1973. El aislamiento del gobierno de Santiago era prácticamente total y este gesto mejoraba su imagen. En la fronteriza localidad de Charaña se reunieron los presidentes Banzer de Bolivia y Augusto Pinochet de Chile.

Tras la gravedad de acontecimientos, como el asesinato del Cnl. Andrés Selich ex-ministro del Interior (1971-1972), que fue brutalmente golpeado por funcionarios de seguridad del gobierno hasta matarlo, forzaron la renuncia del ministro Alfredo Arce Carpió. Paz Estenssoro fue exiliado del país ante su creciente distanciamiento y críticas al régimen, se produjeron además dos intentos de golpe de estado con la participación de militares institucionalistas y el MIR, y el deterioro del esquema del FPN que se hizo muy evidente.

El comienzo de la integración del oriente, lograda hacia 1954 con el camino Cochabamba-Santa Cruz, se impulsó en gran medida en este período. Como hemos visto Santa Cruz pasó de 42.000 habitantes en 1950 a más de 350.000 en 1980. Un crédito de más de 60 millones de US$ se destinó al algodón, el resultado fue un fracaso por el uso inadecuado y muchas veces deshonesto de los créditos. Pero, a pesar de estos elementos negativos, hubo otros aspectos. Se incrementó la vivienda y se produjo una intensificación de la ganadería.

El caso del petróleo es ilustrativo. Bolivia había pasado (años 50) a ser país exportador en pequeñísima escala. En este gobierno llego al máximo de su capacidad (1975) con una exportación de 2.105.302 m3. A partir de entonces se produjo una reducción hasta prácticamente cesar de exportar y mantener años después un difícil abastecimiento del mercado interno. YPFB, tradicionalmente una de las pocas empresas estatales solventes, entró en una espiral preocupante de pérdidas.

Tras 16 años de estabilización monetaria, en 1972 se determinó la devaluación del peso en un 66% (Sesenta y seis por ciento - de 12 pesos por dólar se pasó al cambio de 20). Por el transcurso de varios años se había mantenido una paridad artificial que ponía en riesgo a la economía. El rezago cambiario obligó a una medida radical que trajo como respuesta un intenso movimiento popular de protesta, manifestaciones, etc., con los consiguientes enfrentamientos.

Uno de los problemas que afrontó el país para encarar adecuadamente sus programas de desarrollo fue la falta de información sobre su realidad. A lo largo del siglo XX se llevaron a cabo solamente cuatro censos. El primer en 1900, el segundo cincuenta años después en 1950, el tercero en 1976 veintiséis años después y el último en 1992, dieciséis años más tarde. El censo de 1976 nos permite comparar el país de la pre-revolución con el posrevolucionario.