El ferrocarril

Arce y tren son prácticamente un sinónimo. La llegada de las rieles a territorio boliviano se considera la verdadera obra gubernativa de Arce y es por ello que pasó realmente a la historia.

El ferrocarril fue sin duda uno de los aportes tecnológicos más importantes del siglo XIX a la civilización y marcó el salto revolucionario del transporte y las comunicaciones, vigente hasta el alto desarrollo logrado por el automóvil en las primera décadas de este siglo y sobre todo hasta la construcción masiva de carreteras asfaltadas, que fueron sustituyendo aunque no eliminaron la importancia del tren. Bolivia tuvo que esperar varias décadas para contar con este adelanto cuya aplicación comercial se dio por primera vez en Inglaterra entre 812 y 1825 (sus primeros antecedentes se remontan a la minería europea en 1550).

La polémica sobre su construcción tiene que ver con la situación bélica que atravesó Bolivia y con los intereses económicos envueltos en este esfuerzo. Para quienes veían impensable cualquier vinculación con Chile, unir ambas naciones por tren era una forma de garantizar una invasión chilena que terminaría por apoderarse de nuevos territorios en la zona andina. Aún después de inaugurada la línea, la oposición y muchos periódicos daban por hecha la invasión chilena por la vía del tren. Por otro lado, era evidente que los intereses de los industriales mineros eran muy fuertes. La llegada del tren representaba automáticamente un notable abaratamiento de los fletes de transporte y un mayor rango de los volúmenes transportados. Arce, propietario de la mina Huanchaca, hacía coincidir sus intereses con los del país.

La Compañía Salitrera de Antofagasta de Chile había construido el ferrocarril desde Antofagasta hasta Pampa Alta, lugar muy próximo a la nueva frontera con Bolivia. Las riquezas de la región habían justificado ese esfuerzo y desde 1878 se estudió su prolongación hasta La Paz. Fue precisamente la Compañía Huanchaca de Bolivia la adjudicataria de la construcción del tramo desde Ascotán (territorio boliviano ocupado) hasta Huanchaca (la inversión que le demandó a Arce esa aventura, contribuyó luego a debilitar seriamente su imperio económico). El tramo pasaba por Uyuni y Pulacayo, otro importante centro minero, y fue terminado en 1890. La fundación de Uyuni en ese año se debe exclusivamente al paso del ferrocarril, pensando en convertir la población en un nudo distribuidor hacia Chile, Potosí y el sur. Pero Arce demostró estar más lejos del interés individual y mezquino de su empresa y no desmayó hasta la conclusión del tramo de Uyuni a Oruro. El 15 de mayo de 1892 el propio Arce remachó con un clavo de oro la riel recientemente terminada y esperó la llegada del ferrocarril a Oruro. Una de las tres locomotoras que llegaron ese día se llamaba con toda justicia “Arce”. El Presidente tenía la idea de prolongar la línea a La Paz, Sucre, Cochabamba y Potosí. No pudo verlo. Las rieles no avanzaron un metro hasta 1900, cuando comenzó a construirse el ferrocarril La Paz-Guaqui. Quedó en la historia su frase entre triunfal y amarga ese memorable día de Mayo. “Ahora si quieren, pueden matarme”.

No se puede seguir juzgando la significación de la obra de Arce en este tema con las limitaciones inmediatistas de la coyuntura que le tocó vivir, sino en la dimensión visionaria que tuvo al construir la vía férrea centra viento y marea. Era un paso imprescindible hacia la modernización cuyo beneficio para la economía, el intercambio comercial y la vinculación internacional de Bolivia, fue decisivo hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Ahora se puede decir que buena parte de la oposición a esta obra tuvo que ver con la mezquindad y la miopía de sus contemporáneos.

Pero el tren no fue su única obsesión referida a la infraestructura vial del país. Construyó dos carreteras permanentes que sustituyeron los viejos trazos coloniales. Sucre-Potosí, con la construcción del hermoso puente sobre el Pilcomayo que lleva su nombre y Sucre-Cochabamba con otro puente sobre el río Grande.

Otra de las innovaciones que llegaron con el “siglo de los inventos” fue el teléfono. En febrero de 1889 quedaron unidas las ciudades de La Paz, Tacna y Arica, con el establecimiento de un hilo telefónico que reñía una estación intermedia en Corocoro. El tendido se hizo aprovechando la línea telegráfica. La primera ciudad que contó con el servicio interurbano fue La Paz. La empresa de Teléfonos de Manuel Crespo inauguró sus labores el 15 de octubre de 1901 con 62 abonados, 40 líneas pertenecían al gobierno y 22 a particulares. En 1904 había ya 222 suscriptores. El desarrollo de los teléfonos fue muy intenso en la década de los años veinte. Así, Bolivia accedía a uno de los aparatos más notables inventados en el siglo XIX (1876), que contribuiría a revolucionar las comunicaciones e incluso las relaciones interpersonales.

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