Un domingo de carnaval

Narra: Pedro Ípamo Jiménez.

El caso de Javier sucedió como en los años 40, 50, 60, parece. Justo para el día del carnaval, este hombre se fue a pescar al río. Ustedes saben que los días de carnaval son sumamente sagrados. Durante estos tres días, el ser humano no puede andar solo. Y a este hombre se le ocurrió por necesidad ir de caza ese día, porque a veces uno no tiene carne. En las comunidades no podemos ir al mercado a comprar carne. Uno tiene que pensar en ir al monte o bien ir al río. Entonces, el domingo de carnaval, Javier, le dice a su esposa:

  • Yo voy a ir a pescar un ratito para que almorcemos durante estos tres días, para que tengamos carne.

Y el hombre alistó su anzuelo. Se fue al río acompañado por sus perros. Justo llegó al río y creo que había una quebrada que cruzaba, o sea que pasaba y directo se conectaba con el río. Dice que ahí lo encontró al Jichi, Dueño del cerro, y ahí se peleó con él y el Dueño mató al hombre. El hombre no volvió a su casa. La señora lo esperó todo el día.

  • ¿Qué le estará pasando a mi esposo que no llega hasta estas horas? Ya son las seis de la tarde, y nada ¿Que habrá pasado? ¿Habrá pescado harto? Seguramente está chapapeando—. Así se decía la esposa.

Pero nunca se percató ella de que iba a suceder una desgracia, no pensó que su marido iba a morir. Al día siguiente, ya preocupada, la señora, le dice a la autoridad, muy de mañanita, antes de que empiece otra vez a beber la gente, en los días de carnaval. Lo llama al Cacique o Al alcalde y le dice:

  • Mi marido no aparece desde ayer, se fue a pescar y no ha vuelto.

La autoridad empezó a preocuparse y los comunarios se movilizaron y se dirigieron al río. Justo a donde se dirigió, empezaron a huellearlo, y cuando llegaron, andaron unos 200 metros sobre el río. Lo encontraron, los perros estaban todavía ahí sentados, junto a su amo, pensando que el amo se había dormido ahí. Cuando la gente llegó ahí, empezaron a ladrar: "guau, guau, guau", a hacer semejante bulla. Lo vieron al tipo así tirado. Así al suelo, así de pecho cayó el tipo con los anzuelos en la mano. Lo levantaron, el cuerpo del tipo ya estaba en estado de descomposición, por el calor. Lo levantaron, observaron todo el cuerpo, dice que lo habían desnucado, como se mata a un pollo. Eso sucedió con el hombre que se fue a pescar para el día de carnaval.

Entonces, para nosotros los Jichis son buenos preservadores de la naturaleza, pero también son peligrosos. Esa es la creencia, es lo que realmente sucede en nuestra vida, en nuestra cultura. Y hay mucha relación con los hermanos guarayos, con los hermanos guaranís.

Ese es el testimonio que podemos relatar con relación a la vivencia que tenemos. Nosotros les decimos los Jichis, aquí le dicen espíritus ¿no?

Parece que siempre hay que pedirle permiso primero a los Jichis para entrar al monte o al río. Por ejemplo, los peces tienen su Dueño y creo que para no tropezar con esa situación tan peligrosa uno tiene que decir:

  • Dueño de los peces, yo quisiera que me des unos cuantos pescaditos para mí, para la sobrevivencia de la familia.

Igual cuando uno va a cazar al monte. Yo sé que eso poco se practica. Antes de ingresar al monte, creo que lo más pertinente es hacer un pequeño ritual para pedir a los Dueños de los animales, a los Dueños de los cerros. Creo que así hacían antes, nuestros abuelos, pero nosotros últimamente ya no hacemos eso. Creo que eso está fallando un poco, ahora en las nuevas generaciones que somos ahora. Peor todavía con nuestros hijos que de pronto, no dan importancia a todos estos conocimientos, pero creo que es importante rescatar eso. Porque eso es parte de la sabiduría, de los saberes de nuestros abuelos. Es cuestión de pedir permiso nomás, de pedir permiso, dialogar, hablar. Esa es la ceremonia ritual, muy breve, para utilizar la riqueza de la naturaleza.

Cada uno de los Jichis tiene su nombre. Sique, es el dueño de lo seco, el dueño de los cerros es Motosique.

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Cuando uno va, por decir, al río y por ahí el Jichi lo ve, ya sea hombre o mujer, se lleva su ánimo, se lleva su alma. Llega la persona a la casa y empieza a enloquecerse, empieza a hacer cualquier estrago en la casa. Bota todas las cosas que hay en la casa y se convierte en un ser feroz. Uno en esas circunstancias no puede dominar al ser humano, porque se vuelve forzudo, y es que automáticamente esa persona está con el Jichi.

(Narran: Lorenzo García Parapaino y Pedro Ipamo Jiménez)

Nosotros creemos en los Jichis y sabemos también que existen. Están en los manantiales, en lo que nosotros decimos puquios, en los pauros, ahí están los Dueños. Toda la comunidad va ahí a sacar agua, para preparar los alimentos.

Del Jichi que se le aparecía a mi mamá

Entonces, la finada, mi mamá, me decía:

—   Hay un Jichi en el pauro y ese siempre se me aparece.