Víctor Varas Reyes
Fuerte calor de diciembre en San Jacinto, finca diez kilómetros de Tarija, situada en un lugar accidentado, sequero, lleno de churquis, por cuyas laderas y haciendo límite, pasa el río, Troje de Esperanzas para terrenos próximos. Disfruto el dolce far miente, en vacaciones, después de una prolongada ausencia del solar nativo.
Aquella mañana dominguera faltó la leche necesaria para preparar unas cremas. Mi madre me encargó que consiguiera dicho líquido alimento en lo de don Pascual Vilto, colono que vivía en predio cercano. Fui con todo placer para reencontrarme con el chapaco en su propio centro de acción. Se trataba de un anciano alto, de magnifica y patriarcal barba larga nevada por los años, quien hízome las atenciones consiguientes. Volví a oír, de mucho tiempo, la criollada habla de castilla de los tiempos coloniales, con el marcado dejo lugareño.
Acompañé a don Pascual hasta cerca del redil. En la tierra arisca reinaba el cascajo grisáceo y de la altura bajaban retozando las plantas de maíz, mejorando la vegetación a medida que se acercaba al río. De la cima se distinguía, por el otro lado del cerro, a Tolomosa, paraje lleno verdura y árboles frutales, destacándose las paredes enjalbegadas y los techos rojizos de su Casa de Hacienda.
Elegimos la sombra de un ensortijado y frondoso molle viejo, para sentarnos al pie y conversar, mientras una de las hijas ordeñara. Para darme comodidad, arranqué un arbusto glauco, de hojas lanceoladas y flores amarillas de corola gamopétala. Me molestó su mal olor e hice un gesto de desagrado. Don pascual se rio bonachonamente de mi contrariedad.
— Es Kharallanta, me dice.
— ¿Kharallanta? Es palabra quechua ¿no es lo que se llama en castellano polvorín?
— Quien sabe. No soy leído pero esta Khora, como la ve, tiene su historia.
— ¿Que tiene la historia la kharallanta?
— Si, así dicen. Y enseñan mucho sobre la picardía de las mozas guapas y traviesas. Si quiere mientras trayen la leche, le cuento.
Me encontré providencialmente, en pos de una leyenda chapaca. Halagado por mi interés, empezó su narración.
Es un relato oído desde más atrás de mis ancestros. Parece que esta historia no es de aquí, sino traída de muy lejos, con el mensajero del viento. Según mentaban, antes fue una princesa como un ¡Dios se lo pague!, más linda que la virgen de la capilla de Tolomosa. Todos los mozos se prendaban de ella.
Pero como si le hubiera entrau el diablo, no se componía en serio con nadie. Paice que se deciya: "amor tropero, cuantos veyo, tantos quiera". Tuito el reino estaba reguelto. El rey la reñiya y ella no yaciya caso de los sermones. Dende las ventanas del palacio reparaba con maligna curiosidá, como los guapos, cautivos en la trampa d' ella, se mentaban. Nada las aplacaba. Los ojiaba, los toriaba; encuetándolos Cuando creyiyan ser dueños del terreno, ligerito toriaba a otro, a otros, a muchos.
A causa d' esto, por burlarse del príncipe de un reino fronterizo, vino la guerra. Cada uno de los mozos pelio corajudo, porque la princesa jizo creyer que después de la trifulca, se casariya con él. De resueltas el rey murió. A la reguelta del entrevero ella siguió coqueteando y gozando del amor que se volvíya luminaria en el corazón de los muchan-gos. ¡Ay, Diastros! Pero, quien mal anda, mal acaba, como, dicen, y un diya...
Hizo pausa el narrador para tomar aliento. A medida que contaba, animábase, se encendía su rostro, acrecentada el énfasis.
— ¿Que paso?
— Gueno. Había en la ciudad un chango gueno, honrau, trabajador, hijo di una viuda con muchos tekes, de nombre Sebastián y de apelativo, Tolaba. Cuando la princesa vio pasar por el frente al palacio al muchango, le jlecho jiero el corazón con sus ojos, negros, chascañaguis, como siempre jciya. Desde entonces andaba esquiniando el palacio, presendiu como con liga-liga de la mirada d' ella. La princesa dio ocasión pa conversar. Dispues, cuando más consentiu
'staba el mozo di haber conseguí domar a la potranca por sobre los demás, ella le jizo un desaire delantito di otro y a este sonrióle, querendona, ¡ua Ducha! Chispearon los ojos de Sebastián
El relator hace otro intervalo, a lo lejos se oyen varios erkes y sendas cajitas, con que rurales artistas acompañaban la tonada.
— Ya cerquita, el año nuevo y el carnaval se viene encima, explica don pascual. Lleno de curiosidad por lo sucedido, le pido que continúe.
— Aquello jisu rebalsar la olla. Tuita la gente malhayó contra la princesa cruel. En el rió de los perros jocharon dando ajudillos con esos de dolor, como viendo a mandinga las chusekas pecpiris y wacchillas estremecían la estrellada noche. La mamá de Sebastián y tuitas sus comagris y vecinas, se arrodillaron llorando dilanti del difunto a la medianoche y pidieron al taita Dios, a los santos ya... los malignos, castigo p' la autora de tanta perdición.
Cuentan que consiguieron no sé cómo ropas usadas de la princesa y algo que sale a diario del cuerpo y con sapor vivos y una muñeca de trapo colocaron tuito bordiando al muerto. Dispues se cerraron en el cuarto. Se sintió sahumerios, alaridos y voces roncas. ¿Cosa i'brujeria!... ¡ yargu y juerte jue el guriguri!...
Y pues dicen las gentes que tuitos los espíritus llamaus se presentaron. Y una condenación terrible vino sobre la perversa mujercita, causante de tanta desventura.
Otra pausa. Pero como dilatara adrede, para ver la impresión producida, pregunté:
— ¿ Cuál fue el castigo?
— Jue de la misma laya de la malda. Ni que lo mire parriba ni que lo mire pa abajo. Como mujer donosa atormentó a los hombres con su encanto endiablau teniya que pagarla por hembra bellaca en su propio atractivo. Las almas malas dispusieron cambiarlas de su humana condición en K'ora jedionda, con jlor amarilla, como disprecio. Luego san cristiano y ni las cabras se asoman .¡ pa que le digo lo que padeció en su humillación! Porqi de algo más teniya que servir a la gente, pa' qui esta se acuerde. Machacaus los tallos tierno con las hojas, jechu un ungüento y colau, cura lo qui los puebleros llaman almurranas.
Acercándose más, un velado acento agrego:
— Y algo mas le vuá decir, pero no le mente a nadie, aquí es secreto. Como planta aciaga qui acollaro el pensar ajeno con el propio, cuando a uno le dan a tomar el jugo del cogollo dejau al sereno se queda quieto, sin movimiento, pero con la vida completa...
— Guaya jaita. La Kóra qui antes jue princesa guena moza, puesta en las cumbres de los cerros y en las jaldas de los montes, sola, con hojas menuditas, pareciya que ya se marchitaba, ya reverdecia. Por medio de gemidos del viento, su amigo, la miserable Kóra pidió a las almas perdón pa sus culpas, y como gracia, la muerte.
Entonces, pa'suavizar, los espíritus guenos se valieron del mesmo viento pa'que lleve las semillas a los bordes de arroyos, acequias y pujíos. Desde las alturas, la kharallanta madre divisa lo lejos, crecer a los retoños, coposos, con tallo grueso, hojas anchas, jloris grandes, como se ve en tolomosa, pero sin dejar de comunicar su hediondo resuello al qui los agarra, seya gente u animal.