El tesoro de la gran polla

Juan Navajas Paz

Cuando el Rey Carlos III expulsó a los Jesuitas de la América y también el Papa Clemente XIV en 1773 suprimió la Compañía de Jesús de las misiones evangelizadoras de Indias. Los jesuitas tuvieron que marcharse apresuradamente, dejando de un momento a otro sus ricos dominios.

Entre sus artificios los jesuítas soltaron un derrotero de una fabulosa mina de oro denominado "La Gran Polla", situado en la región de El Palmar que tiene como punto de referencia el cerro de las Tres Tetillas en las hirsutas montañas del Toperí, punto de vértice que forma la antigua misión Jesuita.

Desde ese día un sinnúmero de exploradores han buscado este fabuloso tesoro.

Uno de ellos era Don Emiliano Alcorta, hombre de consistencia física fibrosa, chato, tórax, espalda ancha, piernas cortas vigorosas, vivaz en su accionar, de barba poblada y grueso bigote.

Tenía su hacienda en inmediaciones de la zona donde alternaba su trabajo agrícola con la exploración de la selva cateando la mina junto a su capataz.

Cierto día junto a una comitiva Emiliano partió de su hacienda con el fin de encontrar la "Gran Polla", ya que pesquisas anteriores le habían dado mucha referencia para su hallazgo. Ascendiendo a los altos picachos de la montaña, divisaron unas ruinas de edificaciones cubiertas de garranchos y una iglesia destruida por los años. Continuando su búsqueda bajaron por los despeñaderos llegando a un cañadón donde encontraron unas edificaciones en ruinas de una población religiosa, supusieron que era de los jesuitas.

Se hizo de noche y acamparon en el lugar, esa noche un tanto preocupada la peonada refería lo que habían oído sobre estos lares de la antigua misión donde años atrás se había desatado una misteriosa enfermedad sumamente contagiosa que diezmó a casi todos los habitantes del lugar, quienes fueron atendidos por los frailes jesuitas que tampoco se salvaron de contagiarse de este mal por lo que tuvieron que abandonar la zona endémica.

A la luz tenue de la fogata, Emiliano escuchaba atentamente estos relatos, que eran contados con toda habidez por los hombres de la expedición que resaltaban que en noches de luna llena, aparecía de la nada un fraile que tocando una campanilla rondaba el lugar como quien hace una vigilia y luego salía por las calles angostas hacia la espesura de la selva para llegar a una inmensa cueva donde se dice se encontraba el tesoro de la Gran Polla.

En un principio no dio importancia a las fantasías de los hombres del lugar, sin embargo, no dejaba de intrigarle la manera de encontrar el tesoro. Y ocurrió que cerca de esa medianoche de luna llena, mientras los hombres de la expedición se encontraban en un profundo sueño, Alcorta miraba las estrellas pensativo y taciturno, hasta sentir la presencia de una aparición sobrenatural, era el mismísimo fraile referido por la peonada. Como era un hombre de pelo en pecho, decidió seguir a la aparición que recorre el lugar cual estuviera dando su ronda habitual con el sonar leve de la campanilla hasta salir de las ruinas para dirigirse a la espesura de la selva.

No se sabe cuánto caminó, sin embargo, don Emiliano, sacando coraje y valor pudo seguirle durante mucho tiempo cruzando senderos escarpados, sinuosos y tétricos, hasta que el aparecido se detuvo un instante frente a una gran cueva para luego ingresar en ella y desaparecer.

Don Emiliano Alcorta, no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, ahí estaba la Gran Polla, esa gran riqueza del Paitití buscado por todos los hombres. Sin esperar que amanezca, olvidó que aún estaba oscuro, pero su ambición de ser rico de la noche a la mañana, decide entrar a la cueva siguiendo a la misteriosa aparición.

Y, después... todo queda en silencio...

A la mañana siguiente, en el campamento existe una gran agitación por la ausencia de don Alcorta, que es buscado por todos los contornos, sin que haya ni siquiera un vestigio de su salida del campamento. Deciden realizar un rastrillaje total del lugar para encontrar al hombre hasta que lo ubicaron en la rinconada de una quebrada. Tenía la palidez de la muerte en su cara, lo llevaron a la población más cercana para ser atendido por su salud. Curó el hombre, pero quedó completamente loco, había perdido la razón pasó algunos meses en el Hospital San Juan de Dios y al poco tiempo lo hallaron muerto.

La peonada de la malograda expedición quedó aterrado porque supusieron que su patrón había encontrado la enorme riqueza de la Gran Polla, pero que su ambición de riqueza le habían llevado a enfrentarse con los guardianes del lugar.

Nunca supieron el secreto del que se llevó a su tumba, sólo se pudo saber que el médico que atendió en sus últimos días al hombre, encontró en su bolsillo derecho una gran copa de oro puro.

Leyendas y relatos del Chaco Boliviano

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