Rene Aguilera Fierro
América morena, densa en mitologías culturales, ha heredado las costumbres de sus antepasados españoles y nativos. La fusión de estas en alguna medida aún se conservan en la expresión folklórica del continente. Una de estas tradiciones es la presencia de ese hombrecillo travieso llamado Duende.
El Chaco Boliviano, con su paisaje agreste y mágico, su gente es ingenua y supersticiosa, viven en casas disgregadas y estancias distantes unas de otras. Las poblaciones en su generalidad mantienen su aire campechano. Las hermosas noches chaqueñas, encandilan el alma con el fogón casero; en la que no falta la familiar rueda hogareña y de amigos que se dan cita para comentar la faena del día, pero entre mate y mate, la tertulia florece en los tradicionales cuentos y adivinanzas.
El Chaco Boliviano, maravilloso, cautivador, origina una imaginación que vuela como en alas de viento y ojos de luna. Su gente mantiene viva la creencia del duende, pero a medida que crecen los poblados, menos es la influencia de este personaje de la superstición popular americana. Mi madre decía, el duende es el dueño de la casa, hace lo que quiere y nadie le puede decir nada porque no se lo puede ver; sólo los niños lo ven porque el duende es un niño fallecido sin bautizar. Se esconde en cualquier lugar, en los árboles, macollo de hierbas o en un recodo de la casa.
Era frecuente escuchar el cuento del duende, como un hombrecillo pequeño y gordito, parecido a un niño o a un enanito travieso, forzudo, y cuyas características principales eran sus manos, una de fierro y otra de lana, además, por su enorme sombrero de grandes alas que le cubría el rostro. Otros afirmaban que se trataba de un negrito o diferían al hablar de un hombrecito de piel blanca, orejudo y de boca grande, que gustaba vestir ropas elegantes y de colores vistosos o chillones.
Actualmente la tecnología moderna está destruyendo la imaginación y fantasía creativa, poco o casi nada se habla de las tradiciones, las costumbres; paulatinamente están siendo reemplazadas, como es natural, por mejores condiciones de vida.
Se decía que el duende apreciaba a los niños y principalmente a aquellos que no habían recibido el bautizo. Escogía para jugar a niños de edades que oscilaban entre los recién nacidos y los chiquillos de edad escolar. Se contaba que gustaba llevarse a los bebés sin bautizar para dejarlos abandonados en lugares distantes, razón por la que se aconsejaba poner tijeras bajo la almohada del niño, según se creía, era el único objeto que ahuyentaba al duende.
El chaqueño considera que el duende habita en casas abandonadas, entre escombros, allí donde reine la tranquilidad y el silencio, motivo por el cual el duende se explaya haciendo de las suyas en el entorno; haciendo ruidos, arrojando piedrecillas a patios y techos; allí donde podría causar miedo y preocupación.
Se cuenta una serie de hechos ocurridos en diferentes épocas y lugares, pero casi todas las versiones coinciden que al duende le gusta buscar niños pequeños para jugar, pero juega solamente hasta que se hagan pis o caca, si sucede esto, le pega y desaparece. Los comentarios aludidos se refieren a niños que fueron recuperados de entre los matorrales o espinares, lugares donde no podrían haber ido ni llegado por sus propios medios.
En más de los casos, se dice, el duende se presenta con regalos, juguetes y se los lleva caminando y jugando, riendo y saltando por parajes apartados. Ese buen humor es hasta que el niño se pone insoportable y llorón, o hasta que haga sus necesidades fecales para que el duende se enoje, y para mejor, pregunta -Con cuál de mis manos quieres que te pegue... ¿con la mano de fierro o con la mano de lana?, por supuesto, los niños escogen la mano de lana. Como consecuencia del castigo y de los gritos algunos acuden y los rescatan de lugares enmarañados.
El relato de los pequeños, es el mismo, indican de que habían jugado con un enanito reilón, o con un niño "sombrerudo" y que durante el juego les había obsequiado dulces y juguetes, mientras se divertían en un hermoso camino de flores.
Se cuenta que suele hacer finas trenzas en los cabellos de los niños, aunque también lo hace en la cola de algunos animales, como en la de los caballos y vacas.
Pero la vida diaria nos enseña, que el duende tiende a desaparecer; pocas personas hablan de él y hay niños que jamás escucharon sobre la existencia de ese extraño hombrecillo llamado duende y no hace falta reiterar que la electrónica está dando fin a su leyenda.
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