Narra: Jesús Saravia
Dice que un día, una viejita estaba limpiando y sembrando en un yucal cuando encontró a una viborita en su nido, así chiquitita. Entonces, la viejita la había recogido para criarla. La hacía dormir en una tinaja y le daba puro corazón de gente de comida.
Cuando la víbora creció se hizo grande y gruesa. Entonces le había dicho a la viejita:
- Vamos a hacer un atajo en el río para comer harto pescado.
Y había tapado un arroyo, había secado y harto pescado habían agarrado. Todo lo comieron. Y así, en varias ocasiones habían tapado el río. Hasta que la víbora grande, gruesa, le dijo a la viejita:
- Esta es la última vez que voy a hacer el atajo en el río.
Ese día, volvieron a tapar el río. Sacaron harto pescado, suche, sábalo. Después de comer, la víbora le dijo a la viejecita:
- Ya es hora de irme. Me voy a ir el cielo, me voy a convertir en estrellas. Eso que van a ver en el cielo, eso yo voy a ser —había dicho esa viborita.
Era por los tiempos en que caían todo el tiempo las estrellas. La viejecita no quería que la víbora se vaya. Lloraba mucho, pero la viborita insistía:
- No, no, ya es mi hora. El Señor para eso me ha mandado.
Al último, la viejecita le había dejado irse. Entonces, la víbora se subió al cielo, en forma de zeta, y al llegar arriba desapareció, se convirtió en estrellas. Por eso, ahora las estrellas ya no caen.
La viborita, aún se puede ver en el cielo, es una línea recta.
- Cuando esté en vertical es porque el río va a estar grande y caudaloso, cuando la línea de estrellas esté cruzada el rio va a estar bajo, con poca agua, porque yo lo voy a estar atajando —le había dicho a la viejecita antes de irse.