Teoría de la Generación espontánea
La creencia de que la vida se generaba espontáneamente se sostuvo hasta mediados del siglo XVII. En esa época existían diversas teorías que sostenían la generación espontánea entre las que se cuentan que los pájaros brotaban de las frutas y los patos de las conchas marinas, que los abetos expuestos a la sal marina producían gansos, entre otros. Todo esto conducía a pensar que el hombre había sido creado por Dios y que las demás criaturas surgían por generación espontánea en el fango o materia en descomposición.
Sin embargo, el químico Luis Pasteur, mediante un sencillo experimento, demostró que la vida sólo podía ser engendrada por vida y, bajo esta consideración, todos los organismos vivos procedían de progenitores parecidos a ellos. Sugería, además, que Dios había creado el primer organismo vivo.
La Sopa Primordial
A pesar de su teoría de la evolución, Darwin indicó que el primer organismo vivo había sido creado por Dios y a partir de allí comenzó a pasar a la evolución. Se sabe, sin embargo, que daba como muy posible, aunque no lo hubiera publicado, el hecho de que la vida había surgido de un proceso químico “en una pequeña charca caliente, en presencia de todo tipo de sales de amonio y de ácido fosfórico, de luz, calor, electricidad, etc.” Por otro lado, en 1929, el bioquímico ruso Alexander Oparin y el fisiólogo británico J.B.S. Haldane señalaron que, si la atmósfera de la Tierra hubiera tenido la misma composición que ahora, en cuanto a contenido en oxígeno, habría sido imposible formar los compuestos orgánicos requeridos para la vida, ya que éste impide que se den las reacciones necesarias para transformar moléculas orgánicas sencillas en otras más complejas.
Las ideas de Darwin y Oparin inspiraron el experimento, en 1953, de Stanley L. Miller, discípulo del premio Nobel Harold Urey. Dicho experimento consistió en simular el ambiente hipotético de la Tierra primitiva y someterlo a múltiples descargas eléctricas. Así, en un recipiente cerrado, Miller, reprodujo la atmósfera de metano, amoníaco, agua e hidrógeno sobre un “océano” de agua esterilizada y durante una semana sometió la mezcla a descargas eléctricas continuas. Pasado ese tiempo, Miller observó que un 10% del sistema se había transformado en compuestos orgánicos identificables y un 2% en aminoácidos como los que constituyen las proteínas.
Fue así como las proteínas, que se creía tenían capacidad de reproducirse y organizarse, se convirtieron en la mejor opción para constituir las originales moléculas autorreplicativas. Sin embargo, muchos atribuyen ese papel a los ácidos nucleicos, ya que los trabajos de ciertos investigadores han demostrado que las proteínas se fabrican siguiendo las instrucciones dictadas por el ADN (ácido desoxiribonucléico). El problema aquí es que el ADN no puede desempeñar su trabajo no autorreplicarse sin la presencia de proteínas. Es decir, no se pueden producir proteínas sin ADN, ni tampoco ADN sin proteínas.
Un Mundo de ARN
A finales de los años sesenta, un grupo de investigadores, propuso que si el ARN (ácido ribonucleico) hubiera contado con capacidad de replicarse sin ayuda de proteínas y capacidad de catalizar cada etapa de la síntesis proteica, facultades de las que hoy carece, habría podido existir un mundo de ARN donde éste catalizaba todas las reacciones necesarias para la supervivencia y reproducción del último antepasado común y contaba con la capacidad de unir aminoácidos y formar proteínas.
A principios de los ochenta, Thomas R. Cech y Sidney Altman descubrieron que ciertos tipos de ARN podían autorreplicarse sin la ayuda de proteínas, es decir, se autofragmentaban en dos y posteriormente se volvían a unir, actuando de gen y catalizador al mismo tiempo. Seria así, entonces, como el organismo de ARN dio origen al ADN (ácido desoxiribonucléico), molécula que en la actualidad es la principal depositaría de la información hereditaria.
El problema entonces se concentra en la pregunta ¿Cómo se originó el primer ARN? Pues bien, acerca de este tema existen varias teorías